HOMENAJE AL COLEGIO LUIS E. GALVÁN CANDIOTTI

 

COLEGIO LUIS E. GALVÁN CANDIOTTI

Era el último año de mi educación primaria, cuando de pronto irrumpió una noticia que con el tiempo llegó a significar un antes y un después, en el pueblo donde casi nunca sucedía cosas extraordinarias. Agobiados por la rutina, muchos jóvenes que ya habían perdido toda esperanza de seguir estudiando la secundaria, se dedicaron a la agricultura y/o a la ganadería en los predios familiares. Los cuadernos, la enciclopedia Bruño, los lápices y el borrador, fueron trocados por la lampa, el pico, la barreta o el ‘chicote’ con ‘puntal’ de cabuya.

La vida en el pueblo corría con esa pesadez que hacen lentos los pasos; hasta los animales que por naturaleza son ariscos e inquietos se contagiaron de la modorra con la que los dueños se movían, hasta que cierto día una explosiva noticia movió los cimientos de todo un pueblo. La señora Virgilia Tenorio, encargada de la oficina de correos y telégrafos, mujer de temple y de actitud luchadora y solidaria recibió vía telegrama la buena nueva y lo gritó sin ninguna reserva a ‘los cuatro vientos’ para que todo el mundo se entere: se creó con Resolución Ministerial 6682 del 25 de abril de 1961 el tan anhelado centro de estudios secundarios. Virgilia Tenorio que fue la abanderada en la lucha junto a otras autoridades y hombres de bien como Atilio Valencia Tenorio, Godofredo Gallegos Castillo, Humberto Rodríguez, Sixto Chávez Garayar entre otros, se sintieron felices ya que vieron coronado los esfuerzos de largos días de gestión en la lejana capital del país. También es menester citar la indesmayable lucha que realizó el diputado Edmundo Guillén Guillén, el ilustre hijo laramatino.

Con la premura con la que los preclaros hombres actúan, sabiendo que el deber es sagrado e ineludible, llegó presto el doctor Leónidas Muñoz Sáenz, nombrado como el primer director del recién creado colegio para tomar posesión del cargo. Es Dios quién premia la diligencia con la que actúan los necesitados de positivos favores y, es entonces que la presencia de este señor calzó como anillo al dedo: fue como la aguja que se encontró en medio del pajar: bondadoso, optimista, de sonrisa agradable y cabellos de plata adornándole la testa.

El comienzo de las cosas no es fácil, Leónidas Muñoz se llevó la gran sorpresa cuando se dio cuenta del escaso número de estudiantes matriculados; entonces se impuso la tarea de visitar los hogares donde había jóvenes que superaban la edad escolar para convencerlos de la necesidad de estudiar porque para ello no hay ni debe haber edad, para instruirse, todo tiempo es bueno, ya que con ello se abren nuevas perspectivas de vida. Visitó los hogares del pueblo, convenció a los adultos jóvenes e incluso con esposa e hijos. Viajó a los barrios y aldeas lejanas, y también allí logró despertar al estudiante dormido.

Con la llegada de los profesores venidos desde lejanas ciudades, un 2 de mayo de 1961, se dio inicio a las clases, ante la algarabía y el regocijo general. No existía un local para el colegio, pero el altruismo con que actuaron los maestros y el director de la escuela, don Froilán De La Torre, hizo posible utilizar una gran aula que albergue a los treinta y tantos nuevos alumnos. A pesar de mi corta edad, queda en la retina de mis ojos, contemplar el grandioso espectáculo al ver como van llegando los que hasta ayer eran ganaderos, agricultores, amas de casa y mercaderes; algunos en compañía de sus menores hijos. Para los años sucesivos, algunos padres de familia cedieron espacio en sus hogares para nuevas aulas o para el Museo de Anatomía, tales como M. Galimidi, V. Loayza.

Debemos reconocer, porque así lo dicta un corazón agradecido, a los buenos maestros que no solo dictaban clases, sino que se preocupaban por el bienestar de los hogares, dando de si, el amor que llegaron a tener por sus discípulos. Para los que disfrutamos de la enseñanza y el cuidado de esos grandes profesores, solo albergamos agradecimiento: no existe ni mejor ni peor profesor, todos dieron lo mejor de si. En el nombre de algunos maestros que señalaré, homenajeamos a todos aquellos dignos profesionales, auxiliares y personal de apoyo: Leónidas Muñoz, Contreras, Gómez, Alberto Cucho, Jesús Mendoza, José Sáez, Luis Céspedes, Cila Espinoza, Liduvina Garayar, Alejandro Morón, Dina Cabezudo, Antonio Taipe, Flores, Absalón Torres, Jorge Cadenas y a los maestros que hoy tienen la noble labor de educar. Seguramente hemos obviado muchos nombres, pero todos nuestros Maestros están en nuestro corazón.   

 

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