LOS ENCANTOS DE LARAMATE

Los momentos de mayor recordación son los que pasamos en la singular aventura de desafiar la fuerte corriente del río Grande, en los pozos de Chacapata. El lugar es encantador; las enormes piedras han sido pulidas por el constante paso de las indómitas aguas. Hoy, en las noches de luna, estas piedras sirven de asiento a las sirenas mitológicas, que encandilan con sus melodías a los viajeros distraídos.  

PUENTE DE CHACAPATA. Este hermoso puente de piedra fue construido en el siglo XIX. Es un monumento al trabajo arduo de excelsos constructores (no se empleó cemento), y es el paradigma de la hospitalidad, pues por su ancho sendero pasan, desde siempre, los visitantes que vienen de lugares distantes a lomo de bestia. 
La ceremoniosa labor del LAVADO DE ROPA en los pozos de agua termal. Las familias se reúnen. El misterio que encierra encontrar agua caliente al lado por donde corre las frías aguas del río. 
Un descanso a mitad de la subida a SAUSANA y TINYAYOC. En este elevado lugar, hay abundantes vizcachas. Desde esta altura se logra divisar el pueblo de LARAMATE Y la Laguna, también PACHACA. Hermosa vista. 
TUCUTA, lugar donde se ubica la Estación que genera la luz eléctrica que alumbra la zona de LARAMATE.  


Los caminos por los cuales he transitado son muy extensos. Son muchos años y son muchas millas de trajín. He viajado por distintos lugares, tanto dentro de nuestro territorio como también del extranjero. Disfrutar de lugares tan hermosos, tan llenos de gracia, nos complace. Pero siempre regresar para ver lo que nuestro pequeño pueblo de LARAMATE nos ofrece no tiene comparación, no tiene igual. Será porque lo sentimos tan nuestro. O tal vez porque lo experimentamos y lo gozamos como propio desde nuestras más íntimas fibras. Será por eso y por mucho más. Sentir el olor inconfundible del maíz tostado en la "tostana de barro", ver el humo que se yergue triunfante al salir por las chimeneas de las rudimentarias casas o ver en el fogón los palos de leña de "lloque", es un deleite. O tomar la leche fresca recién ordeñada de las mansas vacas. Por todo eso y por mucho más, Laramate es una tierra tan bella. Al contemplar y regodearme con tanta belleza, solo me queda dar gracias a nuestro amoroso Creador Jehová: "Tus obras son maravillosas como muy bien percibe mi alma" .


El paso presuroso de los caminos aventureros, que como ideal llevamos en el alma, buscando amaneceres que nos permitan dejar las penumbras de culpas contraídas, me hicieron gustar exquisitos placeres, descubriendo más allá de los horizontes de nuestro amado pueblo, parajes tan cálidos como Santo Domingo de Los Colorados, en Ecuador, o el bello municipio de Otavalo, el valle de los incas Calca, Pisac, Urubamba, regados con el serpenteante río que moja los maizales o quizás la exuberancia de las montañas que rodean a Talavera de la Reina, en Andahuaylas o la cadena montañosa, Los Farallones, que encierra la abertura ovalada de la encantadora ciudad de Cali, en el valle del Cauca, o tal vez contemplar los profundos abismos donde se ubica el Santuario de la Virgen de las Lajas, en Ipiales, Colombia o el pequeño poblado de Huaqui a orillas de Lago Titicaca en Bolivia. Cada lugar tiene su propio encanto, pero Laramate es nuestro.


Nuestros ojos despertaron a la vida en los brazos de mi madre. Con ella conocimos y gustamos del primer baño en las aguas termales del río Grande. Fuimos testigos de como las piedras se iban vistiendo de intensos colores, por la ropa que las señoras tienden después de haber sido lavada. Y en la infancia paseamos por los campos mojados por la lluvia, cuando de la mano de mamá llevamos los corderos al apacentamiento en lugares herbosos, y recogimos flores silvestres de la más variada explosión de matices con las que se visten, en la extensa campiña. Fuimos envueltos por la espesa neblina que cubren los campos y con cada acontecimiento vivido aprendimos amar lo nuestro. La infancia, tiempo maravilloso. Hoy, apartado de mi pueblo y lejos de la infancia, mi alma desea el convertido paraíso del mundo que me rodea, para seguir mirando con ojos de niño, cuando al pasar por nuestra calle, desde lo alto del balcón de la casa vemos pasar las puntas del ganado arreadas por  pastores mojados por la lluvia, con los zapatos llenos de barro, pero con una sonrisa a flor de labios producto de la satisfacción de la labor cumplida. Como podría yo desplegar ante ustedes, la maravillosa sensibilidad con que mi corazón envuelve el universo. Compartiendo semblanzas y experiencias, mirando hacia atrás en el tiempo, volvemos a Laramate.


El momento del ordeño de las vacas, es el recuerdo temprano. Ayudar a cuidar los becerros para ir soltándolos por turnos nos ocupa. Nos situamos en la puerta del corral con un palito delgado en la mano y asustamos al inquieto becerro que pugna por atravesar la entrada e ir al encuentro de su madre que suelta sus lastimeros mugidos. Son tan bonitos y tiernos, queremos acariciarlos y escapan. Quieren estar con su madre y mamar la leche cálida de su prominente ubre. E igual nosotros, al fin del ordeño nos acercamos a tomar la rica espuma de la leche. Es sabrosa y lo es más, acompañada con la canchita de maíz tostado. Realmente, entre los más deliciosos encantos del pueblo, están aquellos que pasamos cuidando los animales, aunque la verdad nos hacían renegar. Por ejemplo: en los andenes de Huayrana, vigilamos que coman en determinado andén, pero las vacas, tercamente, querían pasarse a otro espacio vez tras vez. Le pegamos con el chicote de cuero trenzado, le tiramos piedras, pero insisten, a pesar que tienen suficiente pasto. Las veces que nos daban permiso para ir a la chacra, le ayudamos a Falco. El es un joven amable, siempre trata con cariño:"Lochito", "Ermita" o "Raolito", nos dice. Es un joven que físicamente ha desarrollado, pero su mente se fue quedando en la niñez. El ayuda a mi padre en distintas actividades. Cuando le ayudamos a cuidar las vacas,tuvimos momentos de mucha suerte allá en Huayrana. Recibimos la visita de los venados, que por escasez de pasto en las lomas de Huaquirata, bajaban hasta la chacra a comer alfalfa. Al principio son muy huidizos, pero cuando entran en confianza, se muestran tranquilos. Cuando a las cinco de la tarde sacamos las vacas para llevarlas al corral, los venaditos con la panza llena corren alegres por el cerro y se pierden en el horizonte.


Hay en el pueblo un joven al que le gusta la caza. Es Carlos Oré, quien con carabina al hombro nos permite acompañarlo. Es mucho mayor que yo, sin embargo me trata como su igual; hasta me permite probar puntería con su arma. La primera vez que lo vi, se iba con dirección a las granjas que están pasando el puente del río Agüacha. Son las horas de la tarde, hora en que la noche se apura en desplegar su oscuro manto. Yo regresaba de dejar el caballo que mi padre utiliza en sus viajes, en una chacra vecina. Me sorprendió verlo apuntando con su carabina a un frondoso árbol. Al estampido del atronador disparo, salieron volando decenas de palomas, que ya anidaban en el árbol. Pero, otras tantas aves cayeron, como frutos maduros que caen al sacudir la planta. Fuimos prestos a recogerlas y desplumarlas. Le ayudé a ponerlas en un morral y seguimos buscando otros árboles. Entusiasmado con esta nueva experiencia, olvidé el otro mandato que mi madre me encargó, comprar pan. Después de la cacería, regresé y en lugar de pan llevé a la casa varias palomas que Carlos me regaló. Al día siguiente comimos tallarines rojos con palomitas. A partir de allí, le acompañé otras veces. Lejos del pueblo hay una estrecha encañada formada por el cerro Sausana y el Tinyayoc. Es un camino de herradura por el que transita el ganado y los jinetes que se dirigen al pueblo de Tomate y más allá Chuya. Uno de los encantos de este lugar es la cabaña del señor Landeo. El parece sacado de un cuento, tiene abundante barba blanca, su casita siempre está limpia y los ladridos de sus perros son casi musicales. Es amigo de mi padre, alguna vez lo vi en la casa. Mi madre le compraba algunas yerbas aromáticas que cultiva en su huerta, como la "salvia"y otras como el toronjil o culantro o papa lisa (olluco). En la cumbre del Tinyayoc hay abundantes vizcachas. Por las mañanas, cuando calienta el sol, estos animalitos dejan su guarida y salen a tenderse al sol. Juguetean saltando de piedra en piedra. Comen el fecundo pasto hasta llenarse y nuevamente se tienden al sol a reposar, pero esta vez lo hacen con ojo avizor, el peligro acecha. Todo viajero que levanta la vista hacia el cielo, se embelesa con el vuelo de los gavilanes y cóndores, y ve con asombro, como, de vez en cuando una de estas aves se lanza en picada para capturar vizcachas. Fue también que llegamos hasta este lugar, con Carlos Oré. Esta vez, con previo permiso de mis padres. Salimos temprano, caminamos cerca de dos horas, está lejos del pueblo. Trepamos a lo alto del risco con bastante cuidado, no queremos asustar nuestras presuntas presas. Son animalitos sumamente desconfiados. Los ojos del cazador ven una vizcacha, afina la puntería y dispara. Cae la primera. Lo peculiar del asunto es que luego de matar una  tienes que correr hasta ella y luego de atraparla todavía con vida, le cortas la cola. Reza la creencia, que si no se le cortas, la carne se envenena. Regresamos de nuestra siniestra aventura, cerca de las seis de la tarde. Llegué a mi hogar con cuatro animales muertos y sin cola. Al siguiente día, mi madre preparó una delicia: estofado.


 A medida que los años van pasando, fuimos seducidos por la hermosura de cada lugar que vamos reconociendo. Cada encanto descubierto, es mejor que el otro. Tal vez para muchos, que a diario pasan por el lugar, la rutina no les permite apreciar lo fascinante que es nadar en aguas peligrosas. Por lo menos, así lo percibimos en cada zambullida que damos, en cualquiera de los muchos pozos, que la atronadora violencia de las aguas del río va formando. Una pandilla de adolescentes llenos de algarabía, gozamos plenamente al ser arrastrados por la fuerza del caudal, hasta el mismo filo de la peligrosa catarata. Su alegría se funda en el argumento que le sugieren sus vivencias. Hay un inmenso griterío, los muchachos en calzoncillos y con el cabello alborotado se lanzan de cabeza al pozo de espumosa agua. Los remolinos de encajes bordados por la espumosa agua los cubren por completo durante varios minutos y nos hace temer que, tal vez, una sirena lo atrapó. Al cabo, aparece braceando con energía, y cuenta que la vio, pero escapó. Vale la pena alucinar. Sube nuevamente a la enorme piedra que sirve de trampolín y de un clavado, vuelve a desaparecer. Algunos, ya cansados buscan las finas arenas blancas de la orilla y se tienden a descansar allí. Para esta pandilla y para otros, ir a los pozos de Chacapata es todo un reto. Solo lo hacen los valientes, presumen. Este maravilloso lugar está apartado del pueblo a unos dos kilómetros de bajada y otros dos de regreso, en subida. Tanto a la ida como al regreso, los desafíos estimulan al esfuerzo. Al que queda rezagado, un castigo y nuestro vigor se pone a prueba cada minuto. El lugar toma el nombre del puente. "Chaca" = cruzar y "pata"=alto. Unimos las dos palabras: "Chacapata"= cruzar por alto, en otra palabra: puente. Este puente es una obra de arquitectura local, con influencia ibérica. La historia dice que una diáspora de españoles codiciosos pero emprendedores, llegan a este lugar al que los pobladores oriundos bautizaron como Laramate. Llegan en briosos caballos y de manera prepotente despojan de sus pequeñas parcelas a los pobladores locales, pero no los botan, sino que trabajan y los hacen trabajar con engaños, diciéndoles que las ganancias serían repartidas. Vano ofrecimiento, le repartición de utilidades siempre se fue posponiendo. Todo eso fue antes de la independencia. Se quedaron a vivir, extendieron los campos de cultivo, construyeron grandes acequias para conducir el agua o construyeron estanques para almacenar y con el tiempo levantaron sus casonas con balcones de madera. Y el puente Chacapata se construyó desafiando el peligro y sirve hasta el día de hoy para el tránsito de jinetes y ganado. 


Si bañarse en las frías  aguas del río, es delicioso y fascinante, existe otro lugar igualmente admirable y de servicio más generalizado, además de que encierra un maravilloso misterio: las aguas termales. Hay muchos pueblos que forman el territorio de  "Las Cabezadas": Huac-huas, Llauta, Ocaña, Palco, Otoca y Laramate. Cada uno de ellos encierran lugares mágicos, sea por su geografía, su clima, el tipo de cultivo o el ganado que crían. A los de Laramate nos tocó, entre otras cosas, tener el privilegio de las aguas termales. Bañarse en esas cálidas y medicinales aguas es como recibir abrazos de la persona amada. Te vivifica y te sientes tan cómodo, que no quisieras salir. Pero, debes hacerlo, porque después de dos horas, la palma de las manos y la planta de los pies, se arrugan. Y, ¿porqué sucede esto?. No existe un estudio cabal y  específico de nuestras aguas, pero en términos  generales diremos que tal vez sea por su composición o contenido: azufre, dióxido de carbono, calcio, magnesio, entre otros minerales. Y añadiremos que el uso equilibrado de las cosas, siempre es bueno, pero el exceso puede hacer mal. En suma, son aguas minerales que salen del subsuelo con más de 5º C que la temperatura superficial, para nuestro beneficio. Proceden de capas subterráneas del suelo que se encuentran a mayor temperatura. Son aguas de origen volcánico que se encuentran a lo largo de líneas de falla. Las aguas, al introducirse a lo largo del plano de falla se calientan al llegar a cierta profundidad. Entre Condurillo o Llamoca debe existir algún volcán, digo esto, porque en medio de los mojadales donde nace el río Grande, al pie de estos cerros hay  canales por donde discurren arroyos mucho más calientes que el agua que llega a los pozos del pueblo. Son flujos de agua casi continuos, pero que en longitud y caudal son menores que el incipiente río. Son pequeños y de escasa profundidad, sus margenes casi verticales están compuesto de suelo y sedimento. Estos torrentes de agua muy caliente, corren a flor de tierra un corto trecho pero luego se pierden en el subsuelo. Es muy probable que estos mismos sean los que aparecen kilómetros abajo, al pie de Astobamba, donde son apresados en pequeños estanques, donde la gente del pueblo se baña.. En todo caso, debemos agradecer a Dios por bendecirnos con estas aguas. 












     














 

Comentarios

  1. Gracias por nuestra historia que en mi juventud recorrí un70 por cierto esas aguas calientes esa leche con cancha de maiz o trigo ese caldito de cebada con bastante habas papá y queso Asu que nostalgia. Gracias Roque es la mejor historia que e leído .y recordar a mi tío Edmundo Guillen

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