CUENTOS DESDE EL CONFINAMIENTO

 

CUENTOS DESDE EL CONFINAMIENTO

“Y algo más he visto bajo el sol: que los veloces no siempre ganan la carrera,

Ni los poderosos ganan siempre la batalla, ni los sabios siempre tienen alimento,

Ni los inteligentes tienen siempre riqueza,

Ni siempre les va bien a los que tienen conocimiento,

Ya que a todos les llega un algún mal momento y algún suceso imprevisto” (Eclesiastés 9:11) 

Para Juan, la tarde del viernes 7 de marzo del 2020 no es distinta a los otros fines de semana del año. ‘El cuerpo lo sabe’ que hoy empieza el ‘fin de cebada’ y también lo sabe la familia que esperará en vano su regreso. Agotado hasta el extremo acude con alegría en compañía de amigos y amigas al bar que ya tienen por costumbre asistir. Pero lo bueno de Juan es que es muy precavido, separa lo que va a gastar y ‘encaleta’ el dinero de la casa. La alegría está en el clímax a las once de la noche, y al meter la mano al bolsillo para sacar dinero para ‘un par más’ se da con la sorpresa que el dinero separado para la diversión, se acabó. Pero, la vida te da sorpresas, decide salir sin despedirse, entra al baño y mientras micciona pensativo toma la decisión de sacar dinero de la ‘caleta’ solo para un par nada más. Lo de precavido, se le olvidó cuando escuchó el alegre mensaje de la cervecera: ‘la diversión nunca termina…’ ¡Mala decisión! Cuando casi todos sus amigos se han marchado, en la madrugada, ya muy mareado busca en los bolsillos para sacar plata para dos más, se da cuenta que ¡ya no hay!  

El caso de Juan es el mismo de millones de Juanes en todo el país. Se repite semana a semana a pesar de los solemnes juramentos: ¡nunca más tomaré! Pero, no lo podrá evitar por más esfuerzo que haga, a menos que suceda algo extraordinario. Y lo trágicamente extraordinario sucede. El ritmo ‘normal’ de la vida cotidiana se ve de pronto sacudida por una infausta noticia: la aparición en la escena mundial de un ‘cataclismo provocado por un virus de origen animal´ (científico David Quammen). Hasta ese momento nadie logra comprender las dimensiones futuras de esa enfermedad. Desde aquella noticia hasta la fecha ha pasado más de un año y durante ese tiempo las penas se asfixiaron bajo la pesada rutina, estamos viviendo en una constante emergencia sanitaria y aislamiento social, que ha provocado quiebre de muchas empresas, la pérdida del trabajo, enfermedades mentales y violencia familiar con feminicidios incluidos. En el presente escrito queremos tratar el caso particular de los miles de Juanes como solo un botón de muestra de toda esa desgracia que el licor ocasiona.

Habiendo hecho esa pequeña introducción debo decir que, desde hace meses me siento atrapado en una especie de prisión por la cuarentena, pero para evitar el estrés y la fatiga que se apodera de nosotros después de cada acontecimiento consumado, aprovecho el encierro para hacer lo que más me gusta: leer y escribir. No puedo evitar la obsesión por avanzar en la escritura de un libro que narra las desventuras de un mundo que apura los pasos hacia la destrucción y la muerte, si no tomamos las previsiones del caso. Es un tema que me incumbe de manera personal y está pendiente de contarlo por la permanente y fatal actualidad; es un tema que abre las cicatrices de una herida sangrante y comprendo que no solo debo escribir del brillo solar, sino también de las nubes grises que son parte del paisaje. Es un tema que lacera, pero me apasiona habar de todo eso, como una especie de catarsis personal. Así que, vestido de valor escapo a los barrotes de esa figurativa cárcel porque deseo emprender una expedición que me lleve a recordar los intrincados caminos y reflexionar con ustedes de ese y  otros temas por la vital importancia que han cobrado en estos días de emergencia sanitaria y confinamiento obligado.

En las fiestas de fin del año 2019 la alegría y las luces de neón inundan de colores la noche limeña, las familias contentas se vuelcan a las calles para comprar regalos, juguetes y ropa para los hijos, ‘dando cumplimiento al deseo de los ojos y la exhibición ostentosa del medio de vida’. Disfrutan de hacerlo, es un gozo total el comprar por compulsión “…yo mismo regresé para ver la vanidad bajo el sol”, dice el sabio Salomón. A veces me pongo a pensar que los regalos, la comilona, las luces de bengala, los cohetecillos y las ‘mamarratas’, solo son un pretexto más para la borrachera; la gente olvida pronto la esencia de la celebración que los convoca y se entregan con excesivo entusiasmo a destapar una tras otra, las botellas de cerveza. Se dice que la navidad es para los niños y que el año nuevo es para los adultos, pero eso es solo un decir; los niños con ropa y juguetes nuevos se quedan dormidos y olvidados en alguna silla, mientras que el licor es el protagonista principal y es a quién se le rinde especial pleitesía, aun a sabiendas que el exceso puede ocasionar tragedias. Pasada las fiestas, con los bolsillos vacíos la vida continúa indefectible y los días se suceden ajustando los gastos porque no supieron racionar el dinero de los sueldos, pasando con presteza de la billetera a las arcas de la gran cervecera. Pero eso no importa, 'la vida es más rica con la cerveza de su preferencia'. Esta situación no es nueva, es la misma de todos los años. El mismo sabio de la antigüedad, arriba citado, dijo: ‘En cuanto al hombre, no hay nada mejor que coma y en realidad beba y haga que su alma vea el bien a causa de su duro trabajo’. Por supuesto que no hay nada de reprochable en esas actividades, lo censurable está en el exceso y la no previsión, porque esto ocasiona muchos pesares con el correr de los días. No reparamos en la verdad de una sentencia que dice: ‘Nadie está libre de percances o sucesos imprevistos que en el futuro puede suceder’. Y precisamente el ‘suceso imprevisto’ apareció un día, sin que nadie lo haya podido prever.

Mientras todavía se escucha que “la diversión nunca termina recién comienza con ...”, haciendo alusión al consumo de cerveza, literalmente, la mortandad llegó ‘de la noche a la mañana’. Sin presagiar que se avecina una gran mortandad, una mayoría inmensa de gente asiste a bares, discotecas, casinos y demás centros de esparcimiento, considerando como rutinario y normal el uso de bebidas alcohólicas. Además, como para contribuir al ‘insano esparcimiento’, una famosa cervecera promovía pasar los ‘fines de cebada’ bebiendo acompañados con ‘el sabor de la verdadera amistad’. La publicidad falsa y engañosa con que se nos bombardea hace perder las perspectivas. Entonces movidos por esa intensa propaganda la gente va perdiendo la representación de vida familiar y se entrega con entusiasmo a esa rutina destructiva; hasta les parece de lo más natural, emborracharse. Se cuentan los días y se espera con ansias la llegada del ‘hoy es viernes y el cuerpo lo sabe’. Las horas pasan con pesada lentitud, y el viernes en la tarde, en cuanto suena la sirena que anuncia el fin de la jornada, las sonrisas iluminan los rostros y grupos diversos caminan a despojarse del estrés con ‘un par de cervecitas’.

‘Un par de cervecitas’, eso es lo que queremos creer, aunque la cruda verdad de tal afirmación no es creíble; sabemos que la frase está en el rubro de ‘mentiras universales’: la verdad es que, un par llama a otro par y así sucesivamente hasta agotar todo el dinero y todo equilibrio. “¿Y para quién estoy trabajando duro y haciendo que mi alma carezca de cosas buenas? Esto también es vanidad y es una ocupación calamitosa”, sigue diciendo el sabio del libro de Eclesiastés, en la Biblia. Reflexionando camino de casa sin dinero ni ilusión, Juan y otros Juanes, se hacen juramentos con mucha solemnidad de que la próxima semana no se caerá en ese engaño. Otra mentira más. Las promesas quebrantadas inundan todo aspecto de la vida, las circunstancias pueden frustrar los planes más nobles. Se olvida el juramento y la acción de beber se repetirá, no se puede evitar, a menos que llegue un freno obligado, por alguna situación extrema. Y la situación extrema llegó en forma de epidemia. El primer caso de coronavirus nos agarró fríos; se presentó el 11 de marzo de 2020, y a partir de allí el virus se expande con inusitada rapidez. Cinco días después de este primer reporte, ante la rápida y progresiva expansión de la epidemia a nivel internacional, el gobierno decretó emergencia sanitaria con cuarentena incluida y el estatus cambió de epidemia a pandemia.

Es así que el encierro empieza el 16 de marzo 2020 por un período de quince días. A partir de entonces, viendo la incontenible ola de muertes, se oye el repetitivo mensaje de un Presidente que miente con extremada frialdad para su propia conveniencia y cálculos políticos , diciendo que “estamos haciendo los mejores esfuerzos” pero sonando tan vacío que muy pocos creen en el forzado optimismo de que ‘estamos tomando medidas efectivas’ para detener el avance del virus. La triste realidad indica lo contrario, las ya famosas “pruebas rápidas” no consiguen sino avanzar en el número de contagios y víctimas. Se habla ¡oh sorpresa! de malos manejos y de que “los mejores esfuerzos” resultan tan inútiles, porque la cruel verdad evidencia el aumento de los hogares que se van vistiendo de luto; la muerte está en su apogeo. La novedad de cada día es que vamos añadiendo a nuestro vocabulario algunas palabras que ya vamos repitiendo por largo tiempo causando desazón y estupor: pandemia, cuarentena, protocolo, mascarillas, pruebas rápidas, pruebas moleculares, vacunas eficaces o fallidas, y por supuesto la infaltable palabra corrupción, que para nuestra sorpresa resultaron ser sinónimos de ‘lagarto’. Lo que parecía una emergencia que pasaría pronto se fue haciendo cada vez más prolongada y más sufrida.

Para estos días, la palabra cuarentena se ha convertido casi en un sinónimo del casi olvidado ‘toque de queda’, término muy utilizado en los días sangrientos del terrorismo. La nueva generación vivirá por primera vez una cuarentena o un encierro obligatorio. Ante esta terrible novedad las madres e hijos, en medio de tanto dolor, de alguna manera se sentían felices, pues la tan esquiva presencia de papá ha cambiado, dando paso a una feliz estadía en casa. Decimos ‘esquiva presencia’, no porque el papá lo quisiera, sino porque los quehaceres laborales le ocupaban su tiempo productivo. Claro que le podemos añadir a las ocupaciones laborales, el tiempo que el papá se daba en el bar, para no caer en el agobiante estrés. Era casi un rito religioso que, semana a semana el papá se quedara con los amigos a beber unos tragos. En todo caso, según su propia opinión era un derecho ganado, así lo hacía saber y no permitía que se le reprochara. La esposa se mostraba ‘comprensiva’ y resignada, aunque en su fuero interno anhelaba los momentos de ternura, que se iban haciendo cada vez más antiguos.

La esposa un tanto avergonzada por su egoísmo piensa que a pesar del dolor de millones de personas que sufren la muerte de sus familiares, podrá pasar más tiempo con su esposo y sus hijos: ¡Señor, perdóname por ser tan egoísta!, dice. Y, el tiempo parece que le da la razón. Los primeros quince días que decretó el Gobierno de estricto aislamiento social, fueron de paz y tranquilidad en la casa. El esposo, mostró entereza porque supo aguantar serenamente, con una risa forzada, sin avisar a nadie de las torturas psicológicas que sufría por la abstinencia obligada a la que estaba sometido. Procuró esconder su mal humor, aduciendo preocupación por el trabajo que se le atrasa. Nunca dijo que necesitaba con urgencia una copa de licor; no quiso alarmar a su familia. Aquello que pensamos siempre o que quisimos pensar, de que por mucho trabajo y falta de tiempo no le damos las atenciones a nuestra familia, nos estalló en la cara; no era el trabajo, era el tiempo en los bares lo que nos privaba de la familia. La cuarentena, que parecía iba a unir a la familia, fue en algunos casos un espejismo que muy pronto desapareció, era una vana ilusión que abrigábamos sea cierta. Pero no, la realidad es cruda: tuvo que reconocer que el trago iba abriendo grietas muy dolorosas. Disimulaba su mal humor, el temblor de sus manos y la angustia, con la supuesta preocupación por los compromisos laborales no cumplidos. Pero vayamos por partes siguiendo con cuidado la secuencia de los acontecimientos.

Los primeros quince días de aislamiento social fueron tomados como una medida preventiva, buscando que generar conciencia en la ciudadanía sobre las graves consecuencias que podría acarrear el temprano contagio, era mejor hacer un rastreo rápido de posibles enfermos para aislarlos y evitar de esta forma la propagación del invisible enemigo. En el seno familiar se tomó con calma la medida, a tal punto que parecía ser un feriado largo, con la única y gran diferencia que no se podía beber licor. Para la esposa y los hijos fue una novedad agradable vivir a plenitud, sin licores que roben la tranquilidad. Por otro lado, esto chocó un poco, sobre todo en las personas que tienen por costumbre ir a un bar cada fin de semana, sintiendo el rigor de las tripas que piden ‘aunque sea una cervecita’. Muchos intentaron salir a pesar de la negativa de los hijos que rogaban: ¡No papá, no salgas, es peligroso! El papá no insistía porque no quería evidenciar la urgente penuria de beber, sería vergonzoso reconocer su aun escondida adicción. Todo era muy confuso en ese tiempo. Esa necesidad de beber era insoportable, pero lo supieron esconder bien pasando todo el día frente a la ‘caja boba’. Querían estallar de cólera, pero se aguantaban ‘para no aguarles la fiesta’ a los hijos: ¡solo son quince días! se repiten con vehemencia. Los hijos que no pueden percibir el sufrimiento del papá se alegran de tenerlo las veinticuatro horas (aunque un poquito renegón, dicen en broma). Solo la esposa, que conoce tanto a su cónyuge, hace esfuerzos para ser condescendiente, pero teme que la tormenta estalle y arrase con la tranquilidad reinante. Obra con tacto y disimula reflexionando en voz alta como para convencerse: ‘la pandemia ha logrado unir a las familias, si bien al principio fue duro; vamos limando las asperezas’, dice.

La cuarentena, el aislamiento social o el "toque de queda", cualquiera sea el nombre que se le dé, se fue prolongando en el tiempo, no había límites; toda supuesta mejora no llegaba nunca, al contrario, cada día se fue haciendo más peligroso el Covid 19. Y es entonces que la cuarentena puso en evidencia un preocupante problema social del que muy pocos se ocupan: la adicción al licor. Antes de la emergencia sanitaria, los bares se muestran atiborrados de gente que parecen ser felices. Para algunos, ir a un bar semana a semana, parecía una costumbre natural y hasta inofensiva, mientras que, para otros es el justo premio al arduo trabajo semanal y significaba además una válvula de escape a las tensiones. Estos pensamientos, que eran solo una quimera, quedaron rápidamente en evidencia. En cuanto se vieron con la inamovilidad domiciliaria, salió a flote la angustiosa necesidad de tomar unas copas. A regañadientes y para su íntima meditación tuvieron que reconocer que el licor había ido ganando terreno en sus vidas hasta convertirse en soterrada adicción. De pronto se vieron desesperados por salir, y como no podían hacerlo, afloró el mal carácter que, como daño colateral, ocasiona la abstinencia, ‘me sentía como un ratón corriendo en su rueda sin llegar a ningún lado’, reconoce Juan y añade ‘¡yo estaba fuera de mí!, decepcionado de la vida, enfurecido y vencido, irritado y derrotado’. Las nubes negras de la adicción se tornan amenazantes y ponen en peligro su precaria felicidad. El pasatiempo que parecía inofensivo, está en camino de convertirse en alcoholismo, nadie está libre, ni nadie bebe a propósito buscando ese desenlace, uno solo se deja llevar por la camaradería y la falsa alegría; ya lo dijo el sabio de la antigüedad: “Regresé para ver bajo el sol, que los veloces no tienen la carrera, ni tienen los entendidos tampoco las riquezas, ni aun los que tienen el conocimiento tienen el favor; porque el tiempo y el suceso imprevisto les acaecen a todos”. Este versículo encierra una gran lección: no tenemos nada asegurado, por tanto, uno no puede ufanarse de lo que hoy tiene, porque tal vez para mañana ya no lo posea; aquella persona que 'se crea muy firme cuídese de no caer.  

La cuarentena, ha desnudado los errores que parecían no ser tales, ‘hubo ocasiones en que el temor me derrotaba antes de comenzar el enfrentamiento’, dice el mismo señor Juan citado antes. Descubrió con sorpresa y dolor, que su endeble seguridad resultó ser una cruel mentira. Ahora, el encierro obligado y la necesidad de tomar "aunque sea una copa", ha provocado el síndrome de la abstinencia que se manifiesta con irritabilidad, temblor en las manos, insomnio y malestar general. Nadie lo soporta, grita de la nada y busca pretextos para abandonar la casa. Como no puede salir, está de mal humor todo el día. En un viaje mental a su cercano pasado, puede ver que para ser alcohólico se avanza de copa en copa. Estos meses de enclaustramiento han servido para reflexionar y ver con objetividad, que el problema está allí y hay que enfrentarlo: ‘Al principio fue muy duro, perdí casi todas las batallas, pero al final milagrosamente gané la guerra’, dice optimista. ‘Hoy sé que no debo confiarme, evitaré la reincidencia’, dice. Recuerda con ironía las especiales circunstancias que le ayudó a recuperar su sano juicio: “estar recluido para no caer víctima de una peste, le sirvió para liberarse de otra peste, el alcoholismo”. Ahora se siente avergonzado de haber creído en aquella infeliz frase que la avaricia de la cervecera ha creado para incentivar el consumo de esa droga: “la diversión nunca termina, recién comienza”.

Han pasado trece meses; el de ‘estoy haciendo los mejores esfuerzos’ ya no es, resultó un fiasco. Los contagios y las muertes alcanzan nuevos picos. La gente ha vuelto la mirada a Dios, clamando por una curación milagrosa, que no llega. Sólo, los que conocen LA VERDAD registrada en la Biblia, confían que en un futuro muy próximo, el Rey de un Reino anunciado hace miles de años gobernará un mundo donde ya ‘no habrá sufrimientos, ni enfermedades ni muerte’, como dice Apocalipsis 21: 3, 4.  

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