TIEMPOS DE SEQUÍA, SE IMPLORA LLUVIAS

 

 

                                       TIEMPOS DE SEQUIA, SE IMPLORA LLUVIAS

 

Desde los tempranos días de la niñez, ha pasado mucho tiempo. Ya mis padres no están, marcharon al descanso. El viejo balcón de madera que albergaba nuestros juegos y acariciaba los sueños, sigue allí más viejo que nunca. Con el alma llena de soledad contemplo mi niñez y por la ventana abierta, a las  suaves lluvias que caen sobre la hierba y como copiosos chaparrones sobre la vegetación, destilan como rocío mis recuerdos. ¿Por qué es que la lluvia ocasiona nostalgias? Nos devuelve a los días de infancia. Los recuerdos mojan mis mejillas y siento las delicadas manos de mi madre que limpia las lágrimas. Pero ella no está más. Recuerdo que entre los meses de enero y abril los cielos abren sus compuertas y riegan de esperanza las lomas de este bonito pueblo. En la primera gota de lluvia, a fines de diciembre, los becerros retozan a campo traviesa como presintiendo el nacer de pastos nuevos y abundantes. Son días de alegría original. Nuestro hogar natural, regalo de Dios, es un lugar maravilloso, no está contaminado ni alterado por las ruinosas manos del mismo hombre que la habita; el campesino ama su tierra y lo cuida, porque reconoce que de ello vive. En este pueblo, la gente vive cerca de la naturaleza y la respeta y la ama. Conoce de los ciclos o fases naturales de la luna, y que las estaciones llegan al tiempo debido. Saben, porque el conocimiento tradicional lo han heredado de sus ancestros; en Cuarto Menguante las plantas tienden a crecer rápido y a producir mucho follaje y que la papa se debe sembrar en Luna Nueva y Cuarto Menguante. El conocimiento empírico adquirido, nos recuerda que, si los frutos de la planta crecen sobre la superficie de la tierra, entonces se debe sembrar en Cuarto Creciente o Luna Llena. Que las lluvias caerán luego de producirse un gran ventarrón. Se dan cuenta que la voracidad del hombre no puede cambiar las leyes de la naturaleza, porque son perfectas y Dios las hizo así para nuestro beneficio. Pero también se alarman cuando las noticias, que llegan a través del único radio trasmisor de la localidad, dan cuenta de las catástrofes que suceden en otros lugares del país o del mundo, y ocasiona preocupaciones. 

Los años siguen su obligatorio paso y la codicia del hombre crece, no tiene límites. “Un simple amador de la plata no estará satisfecho con plata, ni ningún amador de la riqueza con los ingresos”, escribió en la Biblia, un hombre sabio de la antigüedad. Por tanto, nos advierte para cuidarnos de las ansias por adquirir riquezas injustas, porque de nada te aprovecharán. La avidez del hombre insensato, hace que sus acciones lo lleven a la tala depredadora de los bosques, robándole el hábitat natural de muchas especies de animales. El humo de las fábricas produce nubes contaminantes y el hogar creado para que el hombre disfrute de la vida se va arruinando; causando con sus acciones el desequilibrio ecológico y el lamentable resultado es que las lluvias se alejan en muchos lugares tierra, mientras que en otros causan inundaciones o huaycos provocando destrucción. Lo que antes fue un cambio preciso de estaciones, hoy es un desorden natural. Cuando al amanecer la gente levanta la vista hacia lo alto, ve nubes que van revistiendo los cielos y se llenan de esperanza: ¡hoy día llueve!, dicen. Pasan las horas y toda esperanza se evapora, las nubes son barridas por los ardientes rayos solares. Ya los becerros no retozan, ni las vacas producen la cantidad de leche de otros tiempos. Se les va secando la nutriente de las grandes ubres. Los famélicos animales, en los campos mordisquean pasto seco. Alzan la cabeza al cielo y mugen lastimeramente como haciendo una oración de ruego al Dios amoroso. Los ganaderos han olvidado la sonrisa, tienen hoy el ceño fruncido, el carácter amargado y las pupilas apagadas. Las lluvias no llegan, la preocupación prospera. Se tienen que tomar medidas acudiendo a distintas formas de ayuda. En reunión de comuneros se acuerda que vayan dos de sus integrantes hasta las playas del mar para recoger agua en varios recipientes de tal manera que esas aguas se lleven a distintos puntos de las extensas lomas y dejarlas expuestas en los recipientes sin tapa para que al evaporarse produzcan nubes que originen lluvia. Tal experimento se hizo en otras ocasiones y dieron resultado favorable. Esta vez el intento fracasó, las nubes se negaron a salir.

Los animales de triste apariencia apenas pueden cargar sus magros cuerpos, están faltos de carnes. Los otrora verdes campos lucen secos. Nadie sabe qué hacer. Se hacen misas en la iglesia del pueblo pidiendo que el sacerdote, previo pago, interceda ante Dios. Este positivo intento también resulta inútil: 'Dios ha cerrado sus oídos, no los escucha, es que se han alejado de Él’, dice el señor cura. 'Han descuidado su espiritualidad y sus valores, es como si un tumor maligno hubiera invadido a las personas, que acaban con su felicidad. Olvidaron ser agradecidos, cuándo recibieron en abundancia, durmieron en sus laureles’, añade. El religioso, en su alocución durante la misa, hace mención de que seguramente los habitantes están siendo mezquinos en sus limosnas y por eso Dios no los escucha: “Y así, cuando levanten las manos hacia mí, yo apartaré mi vista de ustedes, cuántas más oraciones me hagan, tanto menos los escucharé…”, se advierte en la Biblia. El egoísmo y la envidia pueden arruinar la capacidad de la persona para disfrutar de las cosas buenas de la vida. El sacerdote, muy convencido dice que no hay lluvias por los abundantes pecados de los fieles, y que la pertinaz sequía es por el fracaso de los distintos novenarios; la gente no acude a rezar. Les reclama que sean generosos y aporten para la iglesia mayores cantidades de dinero de tal forma que el Creador los atienda con favor y les devuelva sus limosnas en forma de abundante lluvia. Pero, Dios ha cerrado sus oídos a la gente, no escucha sus oraciones. Entonces el cura ensaya otra forma de ruego y de finanza para sus arcas personales: sacará en procesión a la Virgen Dolorosa en reemplazo de la imagen de La Candelaria que no existe en el Templo  del pueblo. El sacerdote sabe, que por tradición, que en otros lugares recurren a La Candelaria para ahuyentar el exceso de lluvia, las tempestades y que, con las muchas velas encendidas en su presencia, al sumergirlas en los pozos que ocasiona la abundante lluvia, ella aplacará las borrascas. Ahora, el sacerdote quiere utilizarla, mediante sus ruegos, para lo contrario: ahuyentar la sequía. ‘Total, si sirve para un socorro, puede también servir para lo otro. Ambas, son vírgenes de nuestra devoción, pueden escucharnos’, dice, poco convencido. Pero advierte a los pobladores que, para sacarla en procesión tiene otro precio y, ¡el pago tiene que ser por adelantado!, dice. La tradicional fiesta de La Candelaria sirve para aplacar la furia de la naturaleza, es celebrada en el mes de febrero, época de abundantes lluvias en toda la sierra. En el caso singular que nos convoca, éstas fallan y el sol calienta como candela sin permitir que los pastos broten, existiendo el peligro de que los animales mueran de hambre. Según la creencia exaltada, ella acude para calmar el exceso de lluvias o para apaciguar el calor con refrescantes lluvias. En los ojos sin vida de la Candelaria, dejan que el embrollo se resuelva.

Los antiguos pobladores de la zona tenían una máxima que nunca fallaba: “es inútil confiar en dioses falsos”, pero en la urgencia que produce la sequía, todo es válido. Por eso, la desesperación los empuja a confiar en remedios inservibles, aun a sabiendas. Hacen los preparativos para sacar en procesión a la Virgen. Las pocas flores casi marchitas de las huertas familiares fueron cortadas para adornar el “anda”. Las señoras, muy proclives a rezar sus rosarios, se entregaron con inusitada fe al adorno de la ‘anda’ en la que iría la imagen. El pueblo se volcó a las calles, el cura recibió su pago bajo el manto de una falsa devoción piadosa y las “andas” salen de la iglesia en hombros de rudos hombres. Para soportar el peso de la rudimentaria litera, los cargadores tienen la boca llena de coca, de tal manera que no sientan cansancio. Con muecas burlonas, las autoridades ven a un cura contento que reparte sonrisas a todo el mundo, luego de haber sido apoquinado con una jugosa cantidad de dinero. ¡Hasta incienso sacó para perfumar con humo!

La procesión recorre el cuadrado de la Plaza, luego baja por la calle “cinco esquinas” y por el callejón se dirige al río Grande. La empinada bajada hace muy difícil la caminata. El Cura lanza una perorata inflamada de devoción religiosa que insufla ánimos en los cansados cargadores. Llegan a la orilla del que otrora fue un río caudaloso, pero que hoy, por la sequía parece un arroyuelo y bajan el “anda” hasta depositarlo en el suelo mojado. Repite la misa de siempre, pero en su arenga hace hincapié en que la falta de lluvias está matando de sed a los animales, plantas y gente. Le pide a la imagen que se apiade de este pueblo y haga llover. Para que sea más dramática la situación, pide que los cargadores inclinen el “anda” para que la Virgen “vea” lo seco que está el cauce semiseco del que antes era un río caudaloso. En tal maniobra, los lazos de las amarras cedieron y casi se les cae la imagen. De algún 'pocito' sacan un poco de agua y el sacerdote lo “bendice” y reparte riego de gotas de agua bendita a cada persona.

Pasan los días de atribulada esperanza, las nubes son escasas y la esperada lluvia, no cae. La confianza que la gente, guiados por el señor cura, pusieron en  una imagen, fracasó. Claro que lo anecdótico de estas circunstancias, no se la podemos cargar al Dios Verdadero. Las temporadas cortas o largas de sequía pueden suceder en cualquier lugar de nuestro bello planeta. Tal vez puedan ser originados por el desorden causado por los mismos hombres en la naturaleza. Sin embargo, para las mentes de ligero pensamiento esto es la consecuencia de un castigo divino, pero es inconcebible que el Justo Juez de la Tierra obre así. Y, como para dar crédito que Dios no escucha oraciones egoístas, no llovió toda esa temporada: se cumplió aquello de que “no se puede confiar en dioses falsos y ciegos”. Al final, el único beneficiado fue el sacerdote, con el pago recibido. La cosecha de papas fue escasa, los pastos se secaron y los animales sufrieron la hambruna.                                           

 

 

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