HOMBRES DE BIEN. Homenajes diversos...

Jóvenes laramatinos, en la década del sesenta. Victor Guillén, Alfredo Garayar, Nelson Guevara. La fuerza con que soplan los vientos los hizo tomar rumbos distintos. La fantasía es una condición inseparable de la propia realidad en el ejercicio de la escritura.



 Las noches de tertulia en casa de mis padres, son intensas e inolvidables. Se repiten con bastante frecuencia, ya que en mi hogar se practica la hospitalidad. Y esta noche, no es la diferencia. Mi madre sentada en el poyo junto al fogón de la cocina, arrulla a mi hermana menor y sonríe con cada historia que se cuenta. En la mesa que preside mi padre, siempre hay espacio para los invitados. Esta noche es mi tío Eudocio el que nos hace reír, sus amenas historias son producto de una fértil imaginación. No puedo hacer una distinción demasiada clara entre la fantasía y la realidad, él se las arregla para que parezcan verdaderas. Terminada la comida, Eudocio se va, lo abrazamos y salimos con él hasta el zaguán. Otro día llega mi tío Sergio, el hombre más amoroso con mi madre y con nosotros, los hijos. Se sienta a la mesa y lo primero que hace es coger unos granos de mote y los echa sobre la mesa para ver su suerte. Si los granos salen en número par, es buena suerte. Sonríe y sigue comiendo mientras conversa de variados temas con mis padres. Hace gala de su agudeza para poner sobrenombres. Los niños reímos y lo adoramos, nos da tanta ternura que al mirarnos, lo abrazamos. El es el protagonista de un suceso que aconteció a partir del mismo día en que mi madre nació. Es su hermano mayor y al mismo tiempo es su "padre". Resulta que, el día en que mi abuelita Silvia estaba de parto, al ver a su bebé recién nacida, murió esbozando una sonrisa en sus delgados y resecos labios. Cumplió con su última amorosa tarea, traer al mundo a su bebé. Lo de la sonrisa y última tarea, tiene especial sentido para ella, considera que es la vindicación del amor a su esposo y la limpieza de un vientre mancillado por un acto de violencia. Silvia, cambió su vida por la de su hijita, que a la larga vendría a ser mi madre. (Esta historia se narra en la novela LA SOTAQUITA). Como para añadir más tragedia y pena a la familia, mi abuelo Isaías, esposo de Silvia, también fallece al poco tiempo. No fue capaz de aceptar su ausencia. Sergio, que tiene unos doce o trece años y es el mayor de sus hermanitos, de pronto se ve con la asignación que la circunstancia le otorga: ser papá de sus hermanitos menores: Miguel, Abelardo, Otoniel y la recién nacida Justa. Ante el dolor familiar afloró el genuino amor y la solidaridad de la gente del pueblo. Asumieron como suyo el dolor y la orfandad en que esos niños quedan. En muchos hogares los acogen y le brindan amor. Sergio se encargó, en todo sentido de la palabra, de amarlos y es así  como nosotros lo amamos a él, y como la gente lo estima. Muy bien, ahora lo tenemos en la casa y su agradable conversación gira en torno al trabajo que realiza. No sabemos si es inventado o cierto. Seguramente que el tiempo soñado del que se nutren las imágenes de la imaginación, forman parte de la realidad. Sus anécdotas son graciosas, aunque un tanto lúgubres: él, como albañil estuvo construyendo nichos en el cementerio junto a sus dos ayudantes. Todo el material, más las numerosas herramientas que utiliza, las tiene en el panteón y sería muy difícil cargar de ida y de vuelta cada día; así que las deja en el trabajo. Pero se corre el peligro que se las roben, así que mi tío insta a uno de sus ayudantes para quedarse a cuidar. Ninguno acepta, da miedo dormir en medio de los muertos. A tanta insistencia, acuerdan intercambiar: una noche cada uno. Nos cuenta que sus ayudantes se meten al nicho a dormir. Nosotros al escuchar temblamos de miedo, en esos tiempos hablar de cementerio es para tener pesadillas.
   

Otro tío que visita la casa es José Manuel Tenorio. Él es un gordito de prominente barriga, cuando nos ve por la calle, nos corretea hasta alcanzarnos y nos da de barrigazos o nos frota con su barba. Es el encargado de cortarnos el cabello. Nos alegra mucho cuando lo vemos junto a sus amigos de la Banda de músicos, tocando su sazofón. El tío José va a la casa a tomar café. Lleva en su rostro la sonrisa y en sus ojos las ilusiones se convierten en esperanza. Dice dirigiéndose a mi madre: "Haber Justita sirveme un "teicito". Ella lo atiende de la mejor manera, sabe de sus gustos desde cuando era una niña: vivió mucho tiempo a su lado, él y mi tía Sabina Ludeña, la acogieron en su hogar desde cuando era una niña huérfana. Nos sentamos a su lado y escuchamos en silencio su conversación. Pregunta y se preocupa por la salud emocional de todos. Si hay algo en lo que se está fallando, corrige y llama la atención. Se dirige especialmente a mi padre rogándole que cuide a mi madre, dice que no soportaría que la trate mal. Cuando ve que todo está en orden, se va. Salimos con él hasta la puerta y nos persigue para abrazarnos y frotarnos con su barba. Chau, querido tío. Claro que hay noches en que solo papá, mamá y cuatro hermanos cenamos.  Mi padre aprovecha para darnos instrucciones acerca del respeto y la humildad. Todo ser humano merece consideración. Su diario ejemplo es muy elocuente. A la casa llega gente muy humilde en busca de ayuda médica. Los cura con dedicación. Se van agradecidos y sin dolencias que los atormenten. Algunos que viven en la chacra, y habiendo atardecido se quedan a dormir en la casa. Cenan con nosotros y de su amena conversación voy aprendiendo, para tejer historias, como las de hoy.
 Alberto Cucho Guevara, es un primo que vive en la casa. Los ojos risueños que tiene, le afianza la franca sonrisa de su boca. Al llegar del trabajo saluda respetuosamente a mi padre y le da un beso a mi madre. Es hijo de María Guevara Jurado, hermana de mi madre. Se frota las manos para calentarse y se sienta en su lugar de la mesa y sonríe. El sabe que estamos aguardando para que nos cuente una historia, pero mi padre corrige. ¡Después de comer!, dice. Los mayores conversan, los niños escuchamos sin interrumpir. Para ese tiempo, el respeto hacía que no podamos intervenir en una conversación de mayores, a menos que el padre lo permita. Terminamos la cena, y muy presurosos ayudamos a recoger los platos y a lavarlos. Nos sentamos a escuchar los cuentos del primo Alberto. Es un narrador excepcional, utiliza el mecanismo por el que la fantasía penetra en la realidad  y acude a los recursos más simples para conectar los cuentos de tal manera que la experiencia es vívida y eso lo hace extraordinario. A través de la imaginación se traslada al tiempo en que era estudiante de un Seminario para curas en Huamanga. Habla con resentimiento de la vida en ese claustro y abomina la crecida hipocresía de los clérigos. Los juegos imaginarios son un instrumento esencial para explorar el mundo y cautivar con su amena narrativa. Sus cuentos de terror son tan reales, que vemos a los fantasmas asomando sus narices detrás de puerta. Como ese tiempo, en Laramate no hay luz eléctrica, nos alumbramos solo con velas y un mechero al que le llamamos "cachirulo", entonces las sombras las vemos como personas. El terror se apodera y los más chicos nos abrazamos a mamá, temblando. Si en ese momento tocaran la puerta principal de la casa, nadie saldría siquiera  a preguntar quien es. Desde la cocina hasta esa puerta es lejos; hay que atravesar el patio, bajar tres escalones, cruzar el corredor y luego la sala. Todo está en la más negra oscuridad, tenemos miedo que algún fantasma nos agarre. Y si vas con la vela prendida y el viento lo apaga, piensa que ese ser invisible lo apagó. Para irnos a dormir hasta el segundo piso, vamos todos abrazados. Esa noche soñamos con fantasmas. Durante los años que Alberto vivió con nosotros, fue un buen soporte emocional para todos, era muy equilibrado en sus decisiones y atento asistente para con todos. Con su predisposición a contar historias, alimenté la imaginación.


Hay mucha gente que estima a mi padre, así que las visitas se suceden. Víctor Guillén Garayar es un joven de muy buen parecer, su ropa limpia y planchada lo distingue de los demás. Es muy amigo de la casa, se nota claramente que es amante de la lectura y de los buenos libros. Se sientan y entablan una amena conversación que dura varias horas y mi padre nos anima a escucharlos. Hablan de libros  y de los acontecimientos que suceden en el país y en la política. Es hijo de una distinguida familia que vive en una esquina de la plaza, en una bonita casa de dos pisos con un gran balcón de madera tallada. Su padre es un señor dedicado a la agricultura y ganadería. Sus incursiones a los interiores de las frías punas en busca de comprar ganado, le gastan meses de ausencia. Víctor, entonces se hace cargo de la hacienda y montado en brioso caballo conduce la vacada a sus chacras. A Víctor se le ve muy poco en Laramate, estudia en la costa. Durante sus vacaciones, es cuando llega al pueblo y es ahí donde suple a su padre en las obligaciones. En las noches de platica en mi hogar, mi padre siempre habla de él, considerándolo un buen hombre, digno de seguir su ejemplo. Mi padre, siguiendo el consejo de él, ve la necesidad que sus dos hijos mayores, viajemos a Lima a seguir nuestros estudios. En el tiempo de las vacaciones, durante la temporada de lluvias, regresamos a Laramate y allí lo vemos a Víctor Guillén que también vacaciona en el pueblo. Es inevitable nuestro temido encuentro por las preguntas, las conversaciones giran en torno a nuestro aprovechamiento en el colegio, nos pone en aprietos. Los recuerdos que tengo de mi juventud, son positivos, en lo que a él se refiere. Pero me acuerdo de algo que a mi, me dolió: era tiempo de lluvias, las chicas van hasta el río a recoger agua de los puquiales, para cocinar. y hacen varios viajes. Yo por mi parte, iba a un puquial que está camino abajo de mi casa: "uchcurumi". Con mucha presteza cumplía con mi tarea del llenado de la botija que almacena agua para el uso de la casa, eso me permitía salir a la calle para ayudarle a alguna linda señorita con sus baldes, la acompañaba unos tres viajes de ida y vuelta, cargando sus baldes. Mi padre, que estaba en la plaza conversando con Víctor Guillén, solo me miraba. Cuando en la noche terminamos de cenar, me voy a la cama, y mi padre aprovechó para darme un escarmiento con el tremendo "chamberín" que nuestro admirado amigo, le prestó. Víctor Guillén, le había prestado el tremendo objeto de tortura. Así que,  nunca le hice recordar ni reclamé, me debe una...


En la fotografía que encabeza este escrito, aparte de Víctor Guillén, están Alfredo Garayar y Nelson Guevara. De Garayar puedo decir muy poco. Lo conocí en Lima cuando de estudiante, los días domingo visitaba El Club Hipico Peruano, lugar en el que trabajaba. Había caballerizas, vale decir, cuartos para que los caballos vivan y duerman. Este club servía para cuidar caballos de equitación. Si en Laramate,los caballos me parecían grandes, estos de Lima, eran hermosos y gigantes. En su descanso, los trabajadores jugaban fútbol, en un bonito campo con césped. En ese club, trabajan también otros conocidos, Nicolás Robles y Félix Lliulla. Los días domingo se juntan para jugar al fútbol con otros paisanos.
De Nelson Guevara Gallegos, puedo decir muy poco, la memoria no me da para contar los hechos tal como sucedieron. Uno puede dilatar el tiempo en sus recuerdos, prolongar la realidad en la distracción. Jugaremos un poco con la imaginación, considerando que lo fantástico está imbricado en la propia realidad. Eran tiempos de escuela, tendría apenas unos ocho años cuando los vientos de tragedia soplan sobre nuestra precaria humanidad. Lo conocíamos por la limpieza que efectuaba en los salones de la escuela y se quedaba hasta muy tarde. Entre los pequeños compañeros comentamos si no tendría miedo de estar hasta la noche, pues sabíamos que el director guardaba una calavera en la dirección. De solo pensarlo, temblamos de miedo. Sin embargo, los tiempos transcurren en aparente calma. Hay veces en que muchos de nosotros nos vemos obligados a llevar una vida muy estresada de forma continua, sin atinar a pensar en que que situación desembocaremos. Sus momentos de ocio los utiliza para la practica del fútbol, se une a sus amigos y es feliz. El tiempo transcurre en aparente calma, quien puede presagiar lo que se avecina. Nadie, ente los humanos, puede anunciar un hecho futuro por simple intuición. Pero, el cielo está cargado de nubarrones pardos que presagian una tormenta. Sucedió que hubo fiesta en el pueblo y en momentos como este la gente se entrega a la diversión por completo, como una manera acertada de liberarse del estado de cansancio mental provocado por la exigencia del arduo trabajo en la chacra. Al parecer, tomo algunas copas demás con sus amigos y el licor droga traicionera o te lleva al éxtasis de la alegría o te hunde en la más terrible depresión. ¿Cuales serían los motivos para tan terrible desenlace?  No lo sabemos y no podemos especular con hecho tan terrible, pero lo cierto es que aquella noche hubo prolongado llanto y preguntas sin respuesta. La tragedia rondaba aquella noche buscando victimas y lo atrapó a Nelson. Según la habladurías se envenenó a causa de una decepción amorosa. Unos dicen que lo encontraron muerto en la escuela y otros aseguran que murió antes de llegar al zaguán de su casa. No se en que habrá quedado, cual sería el desenlace...

Isaías  Guillén y  Alicia Vargas de Guillén. En la galería de los recuerdos de oro, siempre estarán presentes todos los integrantes de esta digna familia. Son hijos y nietos de Sergio Guillén Jurado. Completan la bella postal: Fany y Leni Jurado junto a Cecilia Guillén Vargas y sus hermanitos menores. 
Noemi Guillén Tenorio, la guapa hija mayor de mi tío Sergio.

A partir de mi segunda infancia y los primeros años de la adolescencia, fueron decisivos para ir absorbiendo historias y valorando experiencias. Aprecio mucho haber crecido en un hogar idóneo para desarrollar la imaginación. Las peculiares historias que contaban mis tíos que llegan de visita, los primos mayores a quienes acompaño en el pastoreo y sobre todo la compañía del primo Alberto Cucho y de Alejandro Robles Vargas, van haciendo un lugar en mi corazón y mente, para la narrativa. Alejandro, es ahijado de mis padres, vivía en la casa y muy pronto se convirtió en el hermano postizo más querido que nuestros propios hermanos. Cada uno lo queríamos de esa manera, peleando, discutiendo, pero abrazándolo siempre. Este Alejandro, tenía diferentes personas en su interior. Un día era Emilia Guillén cantando. Lo imitaba de manera perfecta. En otro momento era Elena de Palomino, hablaba igual a ella e imitaba también a doña Laura. Nos contaba historias que inventaba en esa mente prodigiosa. Yo gozaba con todo lo que hacía, lo abrazaba un minuto y al otro peleaba con él. Así era el negrito, que un día se cansó de imitar y se fue con todo su repertorio a la tumba. De todos me precio ser amigo y los estimo. Ser parte de una maravillosa familia, los Guillén y sus afluentes, son una bendición con la que mi Padre amoroso Jehová me premió. Me inculcaron ideales positivos desde que tengo uso de razón. Claro está que cometí una buena ración de errores y eso me hizo ver algo que amplió mis ideas o enterneció mi corazón. Aprendí que ante un tropiezo, será la actitud que adopte ante esas circunstancias las que definirán el derrotero a seguir. Los hijos de mi tío Sergio son muy especiales para mí, como lo fue el mismo Sergio. A Noemí,  Zenaida, Isaías y Edgar los amo como a mis propios hermanos. Pero quiero nombrar al "negrito" Isaías porque lo recuerdo de manera muy especial. Nunca lo he visto en mi infancia, me parece que estudiaba en Ica. Llegó a Laramate ya joven, trayendo el ímpetu que la juventud le otorga; y arribó trayendo consigo a la señora Alicia Vargas, con quien se había casado. Ella es una bella profesora, muy seria, que solo inspiraba un amoroso respeto. En las raras ocasiones en que Alicia te permitía entrar en su pequeño mundo podía resultar encantadora. Le tengo un especial cariño y profundo respeto. Siempre la he tratado de usted. El negrito, desde su llegada resultó siendo el motor que la juventud laramatina esperaba para despertar de un letargo que se cernía sobre sus cabezas y amenazaba con envolverlos en el aburrimiento. Su entusiasmo lo vuelca en la organización de campeonatos de fútbol y despierta del letargo, al club de su preferencia, Defensor, hasta llevarlo, nuevamente, a la cumbre del entusiasmo. Otra vez vuelven los partidos clásicos contra Alianza. Por mi parte, siempre he sido simpatizante y jugador de Alianza. Nos hemos enfrentado en partidos memorables con triunfos alternados. Terminado el partido, haya ganado o perdido, el negrito me abraza y así nos vamos hasta la casa, somos vecinos. De sus horarios de trabajo se da un tiempo y supervisa mi accionar en el Colegio, aconsejándome siempre  que no decaiga en el aprovechamiento y que siga impulsando mi esfuerzo para mantener mis buenas calificaciones. Tenía una sustanciosa biblioteca de la que me prestaba sus libros; contribuyó de esa manera en mi incipiente amor por la lectura. Edgar, "el gringo", es el menor y el opuesto, en fisonomía al "negrito" Isaías. Edgar es blanco y sus cabellos son color zanahoria. Para los días de la presente narración, es un niño de unos diez u once años. Edgar, es como si fuera mi hermanito menor. Su amplia sonrisa le llena la cara...       


En este grupo de jóvenes  amigos están Edgar Guillén, Víctor Oré, el amigo Coracoreño Julio Mayorga y Juan Chavez Ríos. Los acompañan dos damitas muy lindas de Laramate, las hermanas Asurza.





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