PRESENCIA FEMENINA, delicadeza y pundonor

En este equipo de Voley de la ciudad de Ica, destaca muy claramente, por su belleza y talento, la dama laramatina Hilda Palomino, quién paseó su calidad como deportista en diversos escenarios. 


La linda gente de mi pueblo. Se aprecia, entre otros, a Emilia Guillén Gallegos, Lucho Guillén Gallegos.y otros a quienes nuestra memoria no alcanza a distinguir. (cortesía de Daniel Garayar Guevara)


Nelly Jurado, Crisálida Guevara Gallegos, Elvira Guevara Bendezú, Regina Galimidi, Rosa Mora, Atalia Guevara,Alejandrina Tenorio Munive. Sofía Jurado Garayar, Lucila Tenorio Gabule, Zoila Guevara Jurado, Virgilia Tenorio Ramirez, Ofelia Gavilán Gallegos, Alejandrina Tenorio Ludeña, Ida Jurado Tenorio  (foto cortesía de Daniel Garayar Guevara)



Encontrar las palabras apropiadas que dignifiquen en su real dimensión, la estatura moral de la mujer laramatina, es una tarea muy difícil. Pues no se trata solo de narrar situaciones o anécdotas. sino más bien de dibujar el singular perfil que se acerque a la definición exacta de ellas. Son el producto de un mestizaje de noble raza bajo el sereno encanto de los cielos limpios de primavera. Las condiciones climáticas existentes, hijas de las estaciones han templado su carácter; no se arredran frente a los desafíos, ni se intimidan frente a las adversidades. Las vemos trabajando hombro a hombro en las labores agrícolas, si hay que empuñar el arado, lo hacen con energía, y para segar el trigo con presteza. Cabalgan tan bien que son conocidas en toda la región. También, demuestran pericia en el arreo de ganado, amazonas a caballo. Duras faenas que no les disminuye una pizca de la gracia que la engalana, al  contrario su reputación de guerreras crece, "como crece la sombra cuando el sol declina". Si bien , hacemos un ensayo sobre la mujer laramatina, esto no quiere decir que solo ellas tengan esas habilidades, más bien reconocemos las dotes con las que Dios favoreció a todas las damas del mundo. Lo que buscamos es singularizarlas rindiendo el homenaje justiciero, pues somos el fruto del vientre bendito de una de ellas. Volver a sentir su voz cálida y sonante, nos anima. El hálito que brota de esa mujer, es energía para nosotros. Cuando las luces del alba barren con premura las penumbras restantes de la noche, ya ellas están levantadas empezando la jornada. Es admirable ver la vigorosa decisión que desarrollan en cada tarea. Son las primeras en levantarse de la cama y lo hacen en delicado silencio-no desean despertar, ni al esposo ni a los hijos- para no perturbar el descanso. Cuando todos despiertan, ya el desayuno está listo, la ropa limpia de los niños está planchada, los asea, peina y los despacha a la escuela. Si el esposo tiene trabajo en la chacra, desayunan juntos y emprenden juntos a cumplir con el trabajo. 

La historia da cuenta que jinetes andaluces, hombres de abundante barba, llegaron un día hasta este frío paraje y se asentaron, enamorados de valle tan extenso como fértil. A su arribo, subidos en lo alto de una de las montañas, esas que encierran la generosa campiña, comprendieron por fin que había llegado la hora de detener la planta infatigable de sus pies y los inquietos bríos de sus caballos y de la ambición. Los animales sudorosos agradecieron porque los amos dejaron de aguijonearlos con las espuelas tintineantes. Trajeron sus costumbres y sus fuertes corceles. Para ese tiempo, Laramate estaba escasamente poblado por nativos que cultivan la tierra y crían animales. Los invasores van haciéndose propietarios de las fértiles tierras, pagando por ellas el irrisorio valor de sus promesas: hacerse copropietarios y trabajar juntos "al partir". Construyen casas solariegas, estanques para aprisionar las aguas útiles en el cultivo A los nativos los hacen trabajar sin descanso, les dan una habitación para que la familia viva en la hacienda, pero a la hora de repartir utilidades, reciben promesas. Invertir la ganancia en semillas y labrar nuevas tierras. La hacienda crece, se crían animales y estos aumentan con nuevas crías, pero los nativos, una vez más, solo esperanzas. Los hijos de las familias invasoras, solo buscan, para matrimonio, a las hijas de otros invasores. No se casan con las bellas nativas de sangre india, esas de rostro moreno que fueron besadas por el sol que brilla en la inmensidad azul, descendientes de la casta de Pachacutec y Huayna Capac. Pasarían muchos años para que esto suceda. Poco a poco, los abusos fueron cesando, cada quien empezó a cultivar sus propias tierras y reina la paz. La comarca va creciendo, los hijos de los andaluces edifican un pueblo, propiamente dicho. Los inmigrantes levantaron la ciudad siguiendo los patrones arquitectónicos de su lejana patria.
  Una plaza, una iglesia, un lugar para peregrinación: el monte Calvario. Celebran la semana santa como sus recuerdos les indica. Las casas tienen las puertas con entrada en forma de arco, los techos de tejas y los balcones de madera tallados. Hasta hay corrida de toros a la usanza de España, la misma que se realiza en la pampa de la plaza. De la iglesia edificada, ya salen parejas felices. El mestizaje, esa raza nueva va emergiendo por el maravilloso connubio de dos sangres, que enlaza para siempre, la llamarada eterna del amor.

El engranaje que mueve el trascurso del tiempo, nos conduce a la segunda parte de la década del cincuenta del siglo XX. La primera mujer que conocí y admiré por siempre y para siempre es mi madre: Justa Guillén. Habiendo quedado huérfana desde el mismo instante que vio la luz primera, creció con varias madres que la cuidaron y la moldearon hasta llegar a ser una dama integra y humilde. De las manos de ella es que fui conducido a la escuela que vendría a ser el alma mater de mi educación. En la escuela estaba la segunda mujer que marcó mi vida: Angélica Guillén. Mi maestra del segundo año, mujer a la que le gusta impartir conocimiento con mucha disciplina."¿La letra con sangre entra?" Tal vez, pero eso sirvió para con esfuerzo, progresar. A partir de allí, muchas damas fueron llenando mis ojos de admiración. La señora directora de la escuela de mujeres, Emilia Guillén de Galimidi. Una dama muy correcta, amorosa con sus hijos y soporte emocional y piedra angular para con su esposo, el Alcalde en varios períodos. Con el mismo amor que cría a sus hijos, dirige también la escuela. Recuerdo con mucha nostalgia y admiración, como esa escuela alcanzó el prestigio, más allá de los límites de nuestro pueblo. Llegaban muchas niñas o señoritas desde pueblos lejanos. Ella misma, los acogía en su hogar como pensionistas. La plantilla de profesoras de dicho centro está formado por damas de primer nivel, Gregoria Enriquez tía Goyita, la bondad hecha mujer. Estaba llena de sabiduría, sus clases eran verdaderas cátedras. Todas sus alumnas la recuerdan  por su sapiencia. El mundo en el que el estado perfecto del individuo es vivir en pareja, ella lo logra al lado de otro magnifico maestro, su esposo Nicolas  Fernandez. Cada una de las señoras que nombraré a continuación se merecen las loas que por su trabajo y don de gente se ganaron. La honra para ellas: Zoira Jurado, Atalia Guevara, Rosa Mora, Zenaida Guillén, Rosa Cavero, Lucila de la Torre. Me inclino con respeto ante ellas, su ejemplo y su dignidad marcaron no solo a sus alumnas, sino a toda la población. También, hubo maestras que salieron de su zona de confort y viajaron a lugares apartados y allá destacaron por su dedicación. Seguramente no es fácil ir a Ronguillos, por ejemplo, a enseñar. Es en plena puna, donde el viento silva , amenazando con quebrar las orejas congeladas. La escuela es una cabaña de paja, hay poquísimos alumnos, los mismos que caminan docenas de kilómetros para recibir instrucción y cariño de parte de la maestra Margarita Guillén de Gallegos. En Atocata, destaca por el amor y abrigo que brinda a su escaso alumnado, la señora Noemí Guillén Tenorio. Ella deja a su esposo y padres preocupados y emprende el apostolado de la enseñanza en ese diminuto pueblito de diez chozas. Una señora maestra, dibuja sonrisas que llenan su rostro y acaricia a cada niño que llega a su aula, es la profesora Nelly Jurado Gallegos. Por situaciones de enseñanza y amor por sus niños, viaja lejos de su hogar dejando con sentimientos encontrados a su esposo el maestro Andrés Zorrilla y sus pequeños hijos. Viaja a caballo hasta Chupancancha y luego Chuya, para hacerse cargo de la escuela. Pone en riesgo su propia integridad, pues el camino es escabroso. Una mención especial se merece una dama muy digna de respeto. Ella es muy fina en el trato que dispensa a toda persona que se le acerca para conversar. Es maestra en otro pueblo: Llauta. Su nombre es Virginia Barboza, esposa de Enrique Oré. Muchas veces me he deleitado, en su casa, cuando sus delicadas manos se desplazan con destreza sobre las teclas de un piano. Mis recuerdos. No nos olvidemos de una gran maestra del colegio secundario, la misma que se encargó de instruir en las artes propias del cuidado femenino, y de la práctica del deporte, la señora Dina Cabezudo Seguramente quedan muchos nombres de maestras, no es nuestra intención; es la bruma del tiempo. Mil perdones.     

Es muy cierto que las situaciones adversas, robustecen el carácter. A pesar de nuestra corta edad, valoramos la rebeldía de muchas madres que supieron sonreír en plena desgracia. Un fatídico momento llegó cuando nadie lo esperaba. El malestar se hacía más intenso en su precaria salud: el tiempo de espera para su mejoría no llegaba, antes bien transcurría con insidiosa lentitud. La muy querida Inés Sarmiento que era esposa del policía Carlos Llerena falleció una tarde lluviosa; el infortunio se presentó de pronto. Si bien la señora estaba un poco delicada de salud, nadie pensó que pronto sería arrancada de su feliz hogar por la traicionera muerte. Sus hijos quedaron en la orfandad, siendo muy pequeños.El insoportable dolor de su pérdida mordía el corazón con dentelladas calientes, a su amado esposo y a sus niños. Él recuerda como en una visión, a esa joven tan linda que la prendó, haciéndole quedar en Laramate para formar un hogar feliz. Su pena es tan grande y su agonía tan profunda, que su corazón se siente incapaz de analizar la situación con objetividad. Tiene el rostro cansado y profundas ojeras bajo los ojos oscuros, secuelas de pensamientos que lo atormentan. Y ese dolor suyo, es también el dolor de todo un pueblo compasivo y preocupado. Nora, la hijita mayor que apenas está dejando los años de su niñez y está rozando los primeros de su adolescencia, está devastada; pero en su aflicción asume que las circunstancias le obligarán a cambiar el papel natural de la niñez por el de madre de sus hermanitos. Necesitan unos ojos jóvenes y unas manos fuertes además de una disposición humilde para guiarla por los pasillos de la vida. El papá, asumió con entereza la responsabilidad de acompañar a sus hijos en todos los momentos de su vida. Si bien el desconsuelo invadió a todos los habitantes del pueblo, se sobreponen y una vez más, el indomable carácter de las mujeres salió a flote, mostrando las fibras valerosas de que están hechas. Se organizaron para ayudar, todos trataron a esos niños como si fueran propios. La solidaridad creció y para mí, que era un niño, fue conmovedor ver la tristeza general y sobreponiéndose a tal sentimiento, la preocupación por ayudar. Cuando la situación es adversa y la esperanza poca, las determinaciones fuertes son las más seguras. Esa adversidad la vieron como una oportunidad para sacar a flote los sentimientos que guardan las personas de noble corazón.

Momentos tristes como aquel, nos tocó como infantiles testigos, vivir con otros acontecimientos similares. Si bien, nuestra corta edad no nos hace medir la angustia en su real dimensión, eso no significa que dejemos de valorar las copiosas lágrimas que derraman. Esa congoja queda en un rincón tan profundo de nuestra memoria, que no la olvidamos jamás. La familia Salcedo-Zorrilla, viven encerrados en el calor de hogar que sus tres niños pequeños producen. El trabajo forzoso, solidario y arriesgado, es productivo. El esposo da gracias a Dios porque ha sido favorecido por una bella y hacendosa mujer. Los niños irradian frescura cuando pasean por las callejuelas del pueblo o van tras las vacas por el callejón de Astobamba o por la bajada de Cuculipata. Agradable como el trueno de los cielos antes de la ducha fría de las lluvias de febrero, es su hogar. Pero de pronto cuando la lluvia se convierte en negra tormenta, y la felicidad se asoma al borde mismo del abismo, se cierne el peligro; no se puede evitar la tragedia. Detrás de la aflicción llegó el duelo. Todos los del pueblo, lloramos y corremos a socorrerlos.

La familia Jurado, trabaja con esmero en busca de lograr medios que permitan estabilidad económica para todos los integrantes del grupo familiar. El papá, un señor correcto y de rígido carácter, asume la jefatura con mucha responsabilidad. Ellos tienen su hacienda en la extensa llanura de Astobamba y a orillas del río grande. El sembradío de sus alfalfares se han ganado un merecido prestigio. Cuando maduran, la planta llega a cubrir a un hombre de mediana estatura, y a los gordos toros que cría, los hace desaparecer en medio de tantas flores azules, de alfalfa madura. El hijo mayor, Jesús, se inicia como ganadero y la prosperidad llega pronto porque trabaja con ahínco y seriedad. Forja su propia fortuna y los negocios le sonríen. Por otro lado está la familia Guillén Tenorio. Sergio, es el patriarca que dirige su hogar con la amabilidad y el cariño que aprendió a lo largo de su sacrificada vida. Habiendo quedado huérfano de ambos padres, la vida lo golpeó muy fuerte, pero el supo capear el temporal con astucia y mansedumbre. Su amada esposa Domitila es el brazo equilibrado que cría a sus hijos con cualidades sobresalientes, como el respeto, humildad y apacibilidad. Una de sus bonitas hijas, la menor Zenaida, inicia un romance con el joven Jesús Jurado, de tal manera que el cariño prospera hasta llegar al matrimonio. El sol brillante alumbra su hogar, y de esa feliz unión, Dios los va favoreciendo con una preciosa criatura, luego otra, tan linda como la anterior y por último con un juicioso varoncito. No hay felicidad más grande que la de ellos; pero, los aciagos momentos aguardan traicioneros en un recodo del camino, hasta dar el zarpazo fatal. La muerte de Jesús, es una pérdida irreparable. La bella joven viuda, se refugia en sus tres niños, supliendo con amor, el amor que el papá no puede darles. Ese acontecimiento, causó en mí, en mis padres y en todo el pueblo, profunda aflicción. Una vez más, asistimos a experimentar lo que el prójimo tiene: ¡que grandeza de corazón es ver que la gente del pueblo, olvida sus odios, rencores o diferencias y todos se unen en fraternidad!.

En la fotografía que acompaña este relato, vemos a un ramillete de rosas. Aunque la frase pueda resultar muy trillada, es válida. Y es muy cierto, cuando las comparamos a estas señoritas con aquellas rosas que cultiva doña Asunta en su huerta florida. No hay en todo Laramate, un jardín igual. La señora cuida con tal esmero a sus plantas, que se nos antoja pensar que son sus hijas. Para quienes no recuerdan, la huerta de ella estuvo situada en la chacra donde tenía su casa don Lucho Guillén, por Pampahuasi. Aquellas damitas que pertenecen a la promoción de la escuela del año 57, son tan lindas e inteligentes, que cuando adultas, desempeñaron trabajos tan honrados como diversos: maestras (Nelly Jurado Gallegos, Atalia Guevara Garayar, Rosa Mora, Alejandrina Tenorio Ludeña)  empresarias (Lucy Tenorio Gabule, Zoila Guevara Jurado, Regina Galimidi Guillén, Crisálida Guevara, Alejandrina Tenorio Munive) y amas de casa, Sofía Jurado, Elvira Guevara Bendezú, Ida Tenorio Jurado, Ofelia Gavilán Gallegos, que es sin duda el trabajo más hermoso y más difícil. En esa misma foto está la señora Virgilia Tenorio, una dama entusiasta y rebelde ante todo tipo de desafíos. Estaba siempre presta para trabajar buscando el bien y el progreso. Casada con el señor Fermin Oliveros, supo ayudar a su esposo en todo orden de cosas. Enviudó  muy joven, pero le quedó la satisfacción de haberlo amado como a nadie. Guardó los días de su duelo con el llanto a flor de piel. La vida debe continuar y para ella, que era la encargada de la oficina de correos, le resultó difícil. Mucho me acuerdo verla manipulando el manubrio del teléfono con clave morse. Mientras dicta o recibe telegramas, se da tiempo para acariciarnos a mi y a mi madre. Fue la tía Virgilia una de las muchas madres postizas que crió a mi mamá desde el mismo día de su nacimiento. Mi abuelita cambió su vida por la vida de mi madre: Quedó SOTAQUITA. Gracias totales. Además de su trabajo, Virgilia Tenorio se puso al hombro la responsabilidad de apoyar desde su papel de presidenta del comité de damas, todas los proyectos que implican el desarrollo del pueblo. Estuvo presente en los trabajos de construcción de la carretera, del Colegio, la rconstrucción de la plaza. Con su dinero o con rifas o bailes, se agenciaba de medios para apoyar con comida a los trabajadores. Motiva a todas las madres sin excepción, visitándolas en sus hogares y ellas, atendiendo al altruismo, se hacen presentes, ayudando. Contagiadas de entusiasmo, trabajan, doña Albina, Elodia, Teofila y María Jurado, también se esfuerzan,  Jesús Guillén Gallegos, Eva Guillén, Justa Guillén, Concepción Sarmiento, Ercilia Tenorio, Justina Tenorio Garayar, Vilma Tenorio, la familia Orellana, las siempre entusiastas Hilda Palomino Chavez y Dulia Palomino Guillén, Julia Moscoso, Julia Tenorio Garayar, Lola Tenorio de Gallegos, Abilia Guillén Garayar y su hermana Margarita y muchas más, han escrito sus nombres en letras de oro en aras del progreso. Desde estas páginas les reconocemos y expresamos nuestra consideración. Todas ellas con su ejemplo fueron enriqueciendo y dando forma a mi mundo. Muchas veces, sacrificando la compañía de la familia, han tenido que viajar hasta la quebrada llevando ayuda. Tiempos hermosos, donde la solidaridad era un bien apreciado.   

   Por último, debemos hablar de la presencia femenina en el deporte. Así como se muestran pundonorosas en la vida diaria, poniéndole ese sentimiento de orgullo o amor propio a la actividad que realizan, así mismo, también se dan tiempo para el esparcimiento. Todas las damas citadas en este artículo se han ganado a pulso el respeto y reconocimiento de sus compoblanos y de otros, más allá de los linderos que aprisionan nuestro territorio. A todas las admiramos y queremos, sin embargo, queremos resaltar la persona de la señorita Hilda Palomino, quién derrochó, no solo garra, sino calidad. Tanto llegó el reconocimiento por sus combativos encuentros de voley, que su fama de gran deportista trascendió los limites del pueblo. Paseó su calidad en equipos de Palpa e Ica. Desde muy joven mostró un carácter persistente que lo impulsó a luchar contra la adversidad, hasta alcanzar la meta propuesta. Satisfecha de sus logros, regresó a Laramate de visita, pero ya la vida le tenía reservada una agradable sorpresa; conoció a quien sería su esposo y dejando las giras deportivas, se comprometió para una relación matrimonial con el joven Miguel Herrera. Fue una férrea unión, que los hizo luchar juntos para sostener su felicidad. Las hijas que trajeron a la vida, fue el acicate para luchar sin desmayo; no fue nada fácil enfrentar los desafíos, pero comprendieron que, si luchan juntos, todo se supera. Era conmovedor verlos trabajando en equipo: por ejemplo, si se trataba de levantar una pared, ella alcanzaba los ladrillos; si había que tarrajear, Hilda, alcanzaba la mezcla. Fueron un buen ejemplo de unión y comprensión; y eso sirvió para que sus hijas imiten esas cualidades.

En Laramate había dos equipos, que, de sus encuentros hicieron un clásico. Cada uno de ellos tenían su hinchada, las mismas que se enfrascaban en griteríos memorables. Alentaban a sus parciales con hidalguía. Otras deportistas, que también demostraron su calidad y esa gracia guerrera son: Crisálida Guevara, su hermana Violeta Guevara, Dulia y Marina Palomino, Alejandrina Tenorio, Nelly Jurado, Angelica Guillén. Si bien, estamos nombrando de manera general a las deportistas, ellas se repartían sus actividades deportivas en el equipo de su simpatía: Primavera y Olimpia. Otras señoritas muy notables fueron Asunta Guevara Ramirez, Nora Guevara Cabezudo, Yolanda y Lilia Muñoz, Estela Rodriguez Reinaga, Alejandrina Moscoso, Irma y Gladys Loayza. La profesora Dina Cabezudo de Morón, hacía las veces de entrenadora al mismo tiempo que desarrollaba labores como maestra de Educación Física. Hay muchas mujeres que merecen ser recordadas...





Comentarios

  1. Hermosa historia de Laramate y mi bisabuelo Aurelio Tenorio y demás familiares.

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