DEL CAMIÓN MIXTO A VIAJAR EN TRANVÍA
DEL CAMIÓN MIXTO A VIAJAR EN TRANVÍA
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Año 1,963. Plaza San Martín de Lima. Voy acompañado de mi padre Víctor Loayza, mi hermana Violeta y Raúl,mi hermano, durante un feliz paseo. |
El estruendoso ruido del motor, me saca de mis pensamientos y alcanzo a escuchar las escandalosas risas de los pasajeros. Están contentos montados en los asientos situados en la modificatoria de la cabina del conductor. El hombre corpulento que maneja la máquina hace gala de muy buen carácter, bromea y sonríe con todos sus pasajeros, acaso para hacer más llevadero los violentos movimientos que produce el transitar por una carretera desigual. Los últimos en abordar somos nosotros. Las tres filas de asientos acondicionados en la modificada caseta ya están ocupados, pero por consideración a mi padre, se arriman, dándonos un lugar. El carro empieza a moverse. Me embarga la emoción, busco a mi madre con los ojos llenos de lágrimas; no logro verla. Un estremecimiento se apodera de mí, el encanto que me tenía despierto y con ilusiones, se desvanece. Es la primera vez que viajo en este armatoste, pero me gusta. Al pasar el puente del río Aguacha, el trayecto me ofrece una última vista de mi casa y veo a mi madre que levanta las manos en señal de adiós. Se queda triste y me da pena; el sol que brillaba en su sonrisa se va cubriendo con la sombra el dolor. Mientras medito en todo ello, voy tomando nota de cada rincón por donde pasamos y aprovecho para aspirar el perfume de las flores silvestres que tal vez nunca más sentiré. Ahora en cada bache, una fuerte sacudida permite que los pasajeros vayan calzando en su lugar exacto; vamos bien apretados. Claro que el polvo y el calor son un problema, pues se siente el olor del sudor. En fin, uno a todo se acostumbra, no debo hacerle ascos. Si estos malos olores suceden en la caseta, en la parte de atrás del camión, en el cajón propiamente dicho, viajan muchos más pasajeros, pero ellos están en el medio de los toros y carneros. Viajan felices entonando sus tristes huaynos.
Ya en Lima. En un abrir y cerrar de ojos pasé a experimentar un agradable estremecimiento al mirar lo desconocido; miraba asustado nuestro avance por calles interminables, alumbrados por luces de colores y aparatos con luces verde, amarillo y rojo, que nos detienen en las esquinas; después sabría que se llaman semáforos. Llegamos a Lince, a la casa en que Juan Nimio Antezana vivía con sus padres y hermanos, que es nuestro nuevo destino, lugar donde se sentarían las bases para nuevas experiencias, pero que sin darme cuenta, resultaron ser el punto de quiebre para mi futuro. Desde que entramos en la casa fuimos acogidos como familia y empezamos a acostumbrarnos a la nueva vida. Todo es nuevo y asombroso. Las luces de neón encandilaron mi vista, podía pasar horas contemplándolas. Las salas de cine, también significaron una favorable novedad, el cine Ollanta fue lugar favorito para el pasatiempo. El primer viaje que hicimos a las playas de Agua Dulce, es lo más asombroso que vi en mi corta vida; un mar inmenso agitado por el vaivén de las olas y la furia con la que estas se estrellaban contra el acantilado, me hicieron temer un cataclismo. Ya en las arenas de la playa, jugamos a corretear gaviotas y a zambullirnos en la orilla orlada de espumas; entonces me di cuenta que para vivir en plenitud era preciso estar en constante movimiento. Extenuados y felices con la nueva experiencia, subimos hasta Chorrillos para esperar el paso del tranvía. Este pequeño tren, que más parecía un ciempiés, como aquellos que veía debajo de las piedras de mi amado Chancaraylla, nos llevó de regreso hasta el colegio Melitón Carbajal; de allí caminamos hasta la casa. Esa noche dormí como lirón, el sueño más profundo producto del feliz cansancio.
No todos los días uno puede estar de paseo; así que buscamos nuevas formas de entretenimiento. Subidos en la azotea del edificio, miramos el apresurado paso de los buses llenos de pasajeros y el desfile interminable de autos. Para matar el aburrimiento nuestro nuevo desafío era apostar con mi hermano, que color de carro sería el próximo que pasara por la calle; con ese pequeño detalle nos damos cuenta que la felicidad es algo tan hermoso que podríamos compararla con una bendición, pero que por lo general, también es una conquista que debemos buscarla con esmero. Esa amplia terraza que se me antoja una prisión, sin embargo fue lugar propicio para dar rienda suelta a nuevas emociones, allí pasamos hora tras hora, inventando alegrías, donde no había. A través de esa agobiante rutina, muy pronto empecé a extrañar el cielo estrellado de las noches de luna, de mi lejano pueblo; hoy, al levantar la vista, solo miraba una bóveda gris con nubes eternas. Los días de radiante sol desaparecieron de mi vida; extraño las ligeras nubecillas que como madejas enmarañadas de brillante seda blanca, surcaban los cielos. Sin poderlo contener, una lágrima rebelde escapa de la cuenca de mis ojos, lo enjugo rápidamente y pienso, como en algo tan pequeño como una gota, puede caber algo tan grande como un sentimiento. Falta unos días para que las clases escolares empiecen en nuestro nuevo colegio, la Gran Unidad Escolar Alfonso Ugarte. Como para familiarizarnos con el trayecto, lo visitamos varias veces. Es un hermoso local ubicado en el distrito de San Isidro. Un verde y cuidado jardín nos da la bienvenida, antes de la gran puerta. La primera planta tiene tres pisos y el lugar donde se ubican las docenas aulas, tiene dos pisos. El patio de formación, es amplio; sirve también como loza deportiva para la práctica del básquet. Más al fondo se aprecia la verde alfombra de césped del gran estadio, bordeado por la pista atlética. El medio de transporte que usaremos para llegar al colegio, es el tranvía Lima- Chorrillos. Las rieles por las que se desplaza velozmente pasan por el frontis del colegio. Para subir, lo esperamos en el paradero Manuel Candamo de Lince y bajaremos en el centro comercial Sears, a una cuadra del colegio.
Lima es una gran ciudad de límites infinitos. Cuando no estamos en clases, mi hermana de padre, nos recoge para llevarnos de paseo. Trabaja en el edificio Fénix de La Colmena, así que paseamos por la Plaza San Martín, que está al lado. En las calles laterales hay tres grandes salas de cine: el Metro, el San Martín y el cine Colón. También está el edificio del Gran Hotel Bolivar. Amorosamente nos toma de la mano para caminar por el transitado jirón de la Unión, hasta la Plaza de Armas. Quedamos gratamente impresionados por las delicadas y bien cuidadas flores de los jardines de la Plaza y por el imponente Palacio de Gobierno. Al costado hay un gran caballo de hierro cabalgado por Fransisco Pizarro. A esta mi hermanita, Violeta, la conocimos en Lima. Sabíamos de su existencia, pero nunca la habíamos visto. Nos emociona, el cariño que le tiene a mi padre y a nosotros; es tan buena, que desde el primer día, empezamos también a quererla. Ella vive en el distrito del Rimac, así que para conocer su casa cruzamos por el puente de la avenida Tacna. Desde lo alto vemos las turbias aguas del río, que corren presurosas hasta su destino final: el mar del Callao. En lo que se refiere a paseos, ese no es el único, pero ese día domingo encierra toda la felicidad que vamos saldando por los muchos años de separación; vendrían luego, días de playa en Ancón, Santa Rosa o La Herradura, y días de campo en Huampaní y Chosica. Nos emocionaba ver la preparación para esos paseos; en el carro de su novio cargaba frutas, bebidas y comida. La vida nos da lecciones prácticas, a veces podemos pasar años sin conocernos, y de pronto nuestra vida se concentra en instantes plenos de dicha. Que bueno es educar nuestro corazón para albergar amor y no para cultivar resentimiento. Las largas separaciones son peligrosas, el amor puede resbalar por arenas inciertas; pero en el caso de mi querida hermana, no fue así. No vivió siempre con su padre; desde niña, circunstancias ajenas a sus voluntades, los separaron. No logro explicarme como es que la llama del amor no se extinguió, considerando que desde su niñez vivió sola con su madre. Entonces, debo atribuir los méritos a su madre, que con toda seguridad sublimó la figura paterna.
En el cotidiano trajinar montado en el tranvía, he visto situaciones que vale la pena recordar. Desde el paradero inicial, los numerosos pasajeros van ocupando los asientos de los tres vagones, de tal manera que cuando el tranvía llega a Lince, no hay sitio para uno más. A empujones logramos subir; sin embargo, hay quienes por no llegar con tardanza, se ven obligados a viajar colgados en el estribo o en las ventanas. En el recorrido, toma tanta velocidad, que en la curva de la avenida Javier Prado, los alumnos que van colgados, parecen banderas que flamean al viento. Y eso ocasiona muchos accidentes; varios han caído, sufriendo serias lesiones. En una oportunidad, un joven que viajaba de esa forma, en la curva sus pies resbalaron, se "bandereó" tanto, que chocó contra uno de los postes y murió en el acto. La ceremonia del duelo se realizó en el colegio, la misma que estuvo presidida por el honorable director, Adrián Albarracín Goycochea. Este señor de presencia intachable; los días lunes se dirigía a los alumnos en un discurso motivador. Todo acontecimiento dentro del calendario escolar era memorable; las marchas por fiestas patrias se desarrollaban en gran desfile escolar en el Campo Marte, las competencias deportivas del interescolar se jugaba en nuestro bonito estadio o para visita se iba al estadio del otro colegio y si llegamos a las finales, se juegan en el Estadio Nacional. Todo el alumnado se prepara para asistir y hacer barra. El profesor Malpartida prepara diversas formas de alegorías o representaciones artísticas con sentido deportivo, para alentar efusivamente. Aquella vez fuimos campeones interescolares y la emoción se desbordó hasta el llanto; entre los jugadores del colegio estaba Lucho la Fuente, quién después jugaría en Universitario. Fue conmovedor, pisar el gramado donde alternan los jugadores profesionales. Otra fiesta inolvidable es para el aniversario de colegio. Existe la costumbre que la fiesta se desarrolle teniendo como pareja de actividades a las señoritas alumnas del colegio Mercedes Cabello de Carbonera, de Barrios Altos. Para ese tiempo, cada Gran Unidad Escolar de hombres, tenía como pareja, algún Colegio de mujeres. Por ejemplo, el Melitón Carbajal, tenía como pareja al colegio Teresa Gonzales de Faning.
Es importante seguir compartiendo la visión de la pequeña porción de mundo en que se desenvuelven mis primeras experiencias de vida. Para no olvidar nuestro pueblo buscamos amistades que nos una a las costumbres que no queremos descartar. En el vecino distrito de Jesús María, a solo unas cuantas cuadras de la casa, está el Club Hípico Peruano, donde hay una decena o más, de paisanos. Los días domingo vamos a jugar fútbol con ellos. También, asistimos cada sábado al estadio nacional para ver los partidos de fútbol profesional. Allí, me hice simpatizante del gran equipo de Alianza Lima, que tiene en sus filas a Bazán de arquero, Rodolfo Guzmán, Javier Gonzales, Pitin Zegarra, Grimaldo, Rostaing, Perico León, entre otros. A pesar de todo un dolor disfrazado de alegría, atormenta mi alma. Aflora una nueva forma de comportamiento que causa ansiedad; me entrego con pasión compulsiva a diversas actividades, solo con el afán de suprimir o borrar de mi mente, aquello que he dejado en mi pueblo. Hay algo en mi subconsciente, que me ata a las añoranzas. El comportamiento compulsivo me dificulta las buenas relaciones familiares*. Para la familia Antezana - Gallegos, solo debo tener consideraciones, todos son muy buenos; el trato que nos dispensan es el mismo que le dan a sus propios hijos; sin embargo hay algo en mí, que me empuja a comportarme con rebeldía. Cuanto anhelo que termine el año escolar, para regresar y galopar en los campos verdes...
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