El Diario Expreso de Lima, informó de los trágicos momentos que ocasionaron el desborde de la Laguna de Tinyayoc, arrastrando una impetuosa avalancha de penurias.
Definitivamente, hablar de Laramate nos llevará siempre a la época de nuestra niñez y primera juventud, días que vivimos con intensidad. Escribir los recuerdos del pueblo es meter el brazo en la bolsa de la memoria y extraer lo más lindo de la infancia. Ir al campo donde el pasto crece generosamente, llevando las ovejitas a pastar. Disfrutar del cuidado amoroso de nuestra madre. Y mientras crecen nuestras habilidades nos equivocamos vez tras vez recibiendo la disciplina que enmienda. De abril a diciembre en la Escuela el tiempo transcurre con pesada lentitud. Asistimos al centro educativo de lunes a sábado. Se estudia mañana y tarde. Solo el sábado, el estudio es por la mañana. En este día anhelamos que termine pronto las clases para correr a la salida con dirección a las Aguas Termales. La algarabía se apodera de los muchachos y se zambullen con energía. En el mes de diciembre empieza la temporada de lluvias, preparación para el nacimiento de nueva vida en los campos. Los cielos van siendo adornados por las primeras nubes. Pero todo eso va cambiando casi de manera imperceptible. Para el tiempo de nuestra niñez, en toda la Tierra, las estaciones están claramente diferenciadas, la tala indiscriminada de árboles está apenas iniciándose. Poco a poco, los hombres que están arruinando la Tierra lo hacen todavía en pequeña escala. El deseo desmedido por conseguir dinero sin importarles la destrucción de nuestro planeta recién empieza. En nuestra Escuela, la educación y el respeto por la creación de Dios, es una constante. La infancia es el tiempo ideal para empezar a educar al niño, ya que en esa etapa de la vida se tiene hambre de conocimiento. La orden estricta que un niño jamás debe desobedecer es lo que siempre se nos enseñó: debemos amar la naturaleza y tener respeto por los seres con quienes convivimos. En los paseos al campo, los maestros aprovechan para inculcar amor por la naturaleza y por quien la creó. Proverbios 22: 6 dice: "Entrena al muchacho conforme al camino para él y aun cuando se haga viejo no se apartará de el".
Miramos al cielo y un Sol brillante calienta la mañana mientras que los cúmulos blancos avanzan hasta cubrir totalmente el cielo. Las primeras gotas de lluvia caen pasado el mediodía y ocasiona alegrías en los animales, quienes al sentir en el lomo la tenue fuerza de las gotas, brincan de gozo. A medida que el aguacero se intensifica en el tiempo, las calles que estuvieron llenas de polvo se transforman en barro y los muchachos felices chapalean en los pequeños pozos. "Oh cielos, hagan que gotee desde arriba; destilen los cielos nublados mismos la justicia. Ábrase la tierra y sea fructífera con salvación, y haga que la justicia misma brote al mismo tiempo. Yo mismo, Jehová, lo he creado" (Isaías 45: 8). En nuestra casa, subidos en el balcón, mi madre y hermanos miramos hacia el lado de Antuclo para ver si logramos divisar las turbias y tormentosas aguas que avanzan con violencia llenando el cauce del río Aguacha. Los primeros encajes de las impetuosas aguas vuelan por los aires y abandonando el balcón, mi hermano y yo salimos a la calle para, corriendo darle alcance a su paso por debajo del Puente de Aguacha. Llegamos con los zapatos llenos de barro, los pelos en la cara y los cachetes rojos por el esfuerzo, pero que bien vale la pena todo ese brioso correr, pues somos retribuidos por el magnifico espectáculo de las aguas turbias que arrastran todo lo que a su paso encuentran. Todos los muchachos que se hallan agolpados sobre el puente junto a nosotros, nos tiramos de las barandas hasta la fresca alfalfa de las chacras aledañas y corremos presurosos junto a la "puntita" de la torrentera y lo acompañamos por largo trecho. Somos testigos de que a su paso derrumban la "toma" de la acequia, se llevan grandes partes del terreno que pertenecen a las chacras y algún que otro carnero o becerro que se encuentre cerca de su paso. Los dueños de la chacra o de los animales afectados lloran de impotencia sin poder hacer nada. Ellos olvidaron aquel sabio consejo que dice "Sagaz es el que ha visto la calamidad y procede a ocultarse, pero los inexpertos han pasado adelante y tienen que sufrir la pena". A veces se llega a pensar que los accidentes le acaecen a los demás y no a nosotros. Cuando la destrucción está frente a nuestros ojos, recién queremos escapar, pero ya es tarde. Este trágico espectáculo es motivo de algarabía para los muchachos, pues no sabemos valorar el sufrimiento ajeno. Insensatos. El acontecimiento que sucede en este río,casi siempre se repite también al otro lado del pueblo, en el río Grande que tiene mayor caudal. El atronador ruido de las aguas al caer a los profundos pozos causan terror, pero a nosotros nos encandilan tales situaciones. De los daños que ocasionan estos dos ríos, nos sentimos un tanto aliviados con relación a los huaycos que a su paso causan enormes destrozos en otras partes de nuestro país. Las noticias casi no se escuchan, pero las que llegan nos llenan de pavor; recordemos que para esa época, solo una persona tiene un radio a transistores, en el pueblo. No sabemos de la existencia de la televisión, ni tenemos luz eléctrica. Nos alumbramos con velas, lamparines a kerosene y "cachirulos".
El estrecho círculo en el que nos desenvolvemos, están limitados por los cerros que circundan la comarca. Las filadas cumbres de esas montañas nos hacen pensar que Dios ha cortado los cielos y solo nos ha regalado ese trozo de territorio para nuestro deleite. Pero hay más y eso lo descubrimos cuando un día mi padre, que viaja de manera constante para curar a sus pacientes de pueblos vecinos, se perdió en la lejanía montado en su caballo gamo. Al divisar aquel puntito que se perdía en el horizonte corrimos a mamá a preguntarle por el destino del viajero y ella nos explicó que había otros mundos más allá del nuestro. Y empezamos a prestar oídos a los demás.Para ese tiempo, solo de oídas sabemos que en el lado de Aquenta, allá entre esos cerros que se divisan a lo lejos, pasando el poblado de Cuyo, había una represa que la mano del hombre construyó para aprisionar las cristalinas aguas que brotan de los manantiales. Nunca nos aventuramos a llegar hasta allá. En tiempos de lluvia, las aguas rebalsan el cerco de piedras. De ese "dique" salían las aguas cristalinas y en su violento paso se enturbiaban, inundando el cauce del río Aguacha, producto de tormentoso chubasco. Los días de lluvia eran gloriosos, traían vida para los animales, ellos retozaban dando fuertes mugidos como dando gracias a Dios por los aguaceros o por lo menos así lo sentíamos. Las praderas se visten de verde matizados por los diversos colores de la infinidad de flores silvestres que adornan los campos. Brotan frutos nuevos y desconocidos en lo que resta del año, solo salen para la época de lluvias. Aparecen animalitos desconocidos para muchos que no visitan los campos, pero no para nosotros, como "la botijuela", "el escarabajo pelotero" que empuja su bola de excremento de res, los "escorpiones", las "vizcachas" y perdices, etc. Se puede decir que todo transcurre en relativa paz y dentro de la rutina acostumbrada.
Los tiempos han cambiado y las perspectivas con que las personas y/o autoridades ven las cosas el día de hoy, han dado lugar a algunos cambios. Lo de "Dique" pasó a ser "Represa" y luego, la apreciación romántica de las personas de alma sensible les hizo ver una Laguna, la misma que fue bautizada como Laguna de Tinyayoc o el "lugar donde cantan las palomas". Este espejo de agua cristalina también inspiro en el deseo de algunos como un lugar especial para la crianza de truchas. Tal proyecto no prosperó. Sus aguas azules y cristalinas reflejan la hermosura del cielo serrano, los patos silvestres llegaron en bandadas y anidaron por los alrededores y hasta un pelícano aventurero nadaba solitario en sus frías aguas. Pasó de pronto a ser visitado por gran cantidad de turistas, que anhelaban ver un lugar distinto. Sus grandes piedras fueron el fondo apropiado para las vistosas fotografías y su encanto fue inspiración para que poetas y escritores le dedicaran sus versos y sus prosas.. Era una vista privilegiada verla desde las alturas del cerro de Sausana, sus aguas azules hechizaban y las personas volvían vez tras vez a contemplarla con deleite. "Existe una leyenda que narra los acontecimientos trágicos de una hermosa nativa que habita el valle de Apataque, la misma que es requerida para un amor forzado y huye siguiendo el cauce del río, para no verse sometida al vejamen de un extraviado amante, que en una desigual pelea da muerte al dueño natural de su corazón. Durante el trayecto llora desconsolada; no sabe cuanto camina, lo único que desea es alejarse. De cansancio y temor se introduce en una cueva oscura con el único afán de esconderse en sus secretos pasillos. Entre los peñascos, sigue llorando y con su copioso llanto se forman arroyos de lágrimas, que al empozarse forman la hermosa Laguna". Todo el lugar se ha convertido en un mojadal y las transparentes corrientes de agua brotan sin cesar. La abundante lluvia que cae en la zona ha contribuido a que en la encañada se vaya formando un dique natural, alimentado por las lágrimas, que al fin y al cabo, son las gruesas gotas de lluvia que van llenando la represa hasta el mismo borde. El peligro que se cernía sobre el lugar era inminente. La indolencia acabó en tragedia.
Y sucedió lo que tal vez con alguna previsión pudo evitarse, si es que las autoridades hubieran tomado precauciones. La aciaga tarde de un 13 de marzo de 1919 pasado las 15 horas, las fuertes lluvias produjeron el colapso de la Represa de Tinyayoc. El lugar poblado más cercano es el asentamiento de Cuyo, que sufrió las primeras consecuencias con visos de tragedia. Se inundaron de lodo las casas y los muros de muchas de ellas fueron barridas por la poderosa fuerza de las aguas. |
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