LOS GANADEROS:el sudor y los sueños...

Fotografía que data de la década del 20 o poco antes, del siglo pasado. Vestidos a la usanza del tiempo. Un guardia Civil con "polainas" y sombrero, un importante ganadero y terrateniente: Aurelio Tenorio, con poncho, botas de montar y sombrero. Dueño de la Hacienda de Locchas y de Santa María, en Apataque. Está también el señor Florentino Guillén Gallegos, miembro de una de las familias más representativas de Laramate. Además están dos elegantes caballeros, no identificados, lamentablemente. Esta pileta en medio de plaza, es conocida como "la taza". Hermosa foto, que nos muestra los inicios como población. (Fotografía publicada en facebook, por Alberto E. Cucho)
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Las vacas esperan pacientemente su turno para ser ordeñadas en el corral de Huayrana. Este hermoso cuadro se repite en toda la comarca, pues el pueblo de Laramate vive de la ganadería y la agricultura.



Laramate, es fuente de inspiración por excelencia. Es el tiempo soñado del que se nutren las imágenes de la remembranza. Este viaje a la memoria consiste, no en buscar nuevos paisajes, sino en mirarlo todo con nuevos ojos. Nací en este pueblo de "Las Cabezadas", viví hasta los diecisiete, quedé marcado en los recuerdos y me siento afortunado. Muy pronto aprendí a amar la naturaleza y a las personas que dejé atrás. Algo que nunca olvidé son las costumbres, pues al fin y al cabo fueron parte de mi aprendizaje. En la primera infancia, mis padres dejaron la casa alquilada en que nací y fuimos a vivir a un hogar propio y maravilloso. Esta nueva casa tenía un balcón de madera y este pasó a ser el epicentro donde gira mi nueva vida. En los días de lluvia, nos sentamos en el piso de madera, sobre unos pellejos de cuero de carnero. Divisamos una gran extensión del territorio, y vemos la gracia con que los becerros corren en plena lluvia y amamos esta escena. Ellos, con el maravilloso instinto que poseen, perciben que el aguacero es vida y retozan de felicidad. Sus madres, en un descanso, los peinan con la lengua. Es una manera de acariciar y hermosear a sus crías. De pronto, la espesa neblina cubre los campos y nos priva de magnífico espectáculo. No se distingue a mas de diez metros. Mientras la neblina se disipa, con mi madre y hermanos, emprendemos un juego al que denominamos "zapatero". Terminamos el juego, la neblina se evaporó y el campo aparece en todo su esplendor. La tarde se hace pesada y va cayendo en busca de la oscuridad de la noche. Los dueños del ganado o los peones, regresan del pastoreo con el poncho mojado y el sombrero chorreando agua. Los zapatos están totalmente llenos de barro. Al pasar por la casa donde nos encontramos, desde el balcón del segundo piso, mi madre los saluda y ellos mostrando una amplia sonrisa devuelven las atenciones. En todos sus actos denotan felicidad y respeto por sus semejantes. A unos doscientos o trescientos metros de nuestra casa hay unos corrales donde el ganado quedará prisionero a rumiar, sus penas y el abundante pasto, que comieron.


En nuestro pueblo, adonde miremos, vamos a encontrarnos con extensos campos de cultivo y en cada chacra un numeroso grupo de toros, vacas, carneros y caballos. Laramate, es por antonomasia  un pueblo de agricultores y ganaderos. Para los días, tiempo que abarca nuestro relato, hay familias que poseen rebaños numerosos. Es bueno mencionar a dos antiguos señores, quienes son considerados por muchos, como los ganaderos de mayor importancia: Quintiliano Bendezú y Aurelio Tenorio. El primero de los nombrados es el amo de Quillillica y alrededores. Tiene hermosa casona con corral incluido, en donde sus ayudantes ordeñan la vacada. Y el segundo, es amo y señor de la hacienda Locchas y hacienda Santa María. por los caminos transitan sus numerosos animales. Es justo también, añadir los nombres de otras familias dedicadas a la crianza: Guevara Gallegos, tienen una gran casa solariega, con patio interior y corral propio. Son poseedores de buena cantidad de chacras y vacada. Florentino Guillén Gallegos, es propietario de muchos alfalfares, en distintos barrios y además tiene vacunos en gran número. Familia Maximiliano Chavez es un propietario importante, uno de los mayores del pueblo. Félix Moscoso, hacendado y ganadero, dueño de grandes extensiones de chacras en Atocata y Patachana y muchas reses, . Familia Guillén (Manuel, Luis, Asunta, Ginés), con vacada y chacras en Pacchi. Familia Rodriguez, dueños en Palca y la Quebrada de Colca. Familia de Quintiliano Sarmiento, ganaderos muy importantes, dedicados también a la agricultura y crianza de toros bravos. Roberto Gallegos tiene un buen hato de bovinos y chacras en Tenería y Palca. Familia Cabezudo, tiene propiedades en Palca, están también los de la familia Hualpa, ganado para engorde y camal, Víctor Jurado y sus numerosas chacras en Astobamba, Los Garayar, asentados en Chupancancha. etc. Pero también, hay otros señores que, sin ser del lugar, llegan con alguna frecuencia, se internan en las punas algunos días o solo compran su ganado en el pueblo, los engordan y emprenden el retorno a sus querencias. En uno de sus viajes, cupido les juega una pasada, se enamoran y se quedan. Tal el caso del señor Manuel Morón. Compra ganado para engordarlos en su establo de Ica, pero un día se quedó y dejó familia. Así como los ya nombrados, también hay otros que labraron a pulso el bienestar de su familia, habiendo empezado de a pocos. Muchos exponen su vida viajando a los interiores de la sierra de Ayacucho. En esa zona hay pueblos que viven de la crianza y venta de animales cerreros. Las punas, son lugares inhóspitos, amplios campos de pasto silvestre, donde los viajeros deben transitar con mucho cuidado, para evitar a los salteadores. Quienes se arriesguen a viajar, es mejor hacerlo en grupo. Buscar compañeros conocidos y mejor aun, si son del mismo pueblo, les dará cierta seguridad.  A continuación, recreamos un viaje.   


La brillante luna derrama sus rayos de plata por la extensa campiña. Son las tres de la mañana. El viento helado de la madrugada trae el olor de las punas. Hay cuatro jinetes, bien abrigados con poncho, chalina y sombrero, que cabalgan sin apuro siguiendo la dirección de Atokata, paso obligado para trepar los senderos que conducen a Llamoca y luego seguir por gélidos caminos que cruzan la extensa meseta. Por el estrecho callejón lleno de piedras menudas avanzan sin espolear a los caballos y les permiten caminar a su propio paso, y aun así se escucha el sonido del acero de los  herrajes con que fueron preparados los cascos animales. Las herraduras metálicas, no solo son un adorno, sino también  una protección para los cascos de los caballos. Recién empieza el viaje y tienen pensado trajinar por abruptos caminos de las cordilleras en busca de dueños de ganaderías que vendan su ganado, por tanto deben ser cuidadosos en no forzar a sus monturas. El paso es lento. Son hombres curtidos por el oficio, son el sudor y los sueños en busca de una mejoría económica para la familia. Son ganaderos que a lomos de su propia cabalgadura forman una sola fuerza. El avance debe ser parsimonioso, sin apuros y en el silencio profundo de aquella mañana, todo sonido alarma. Las orejas de los caballos van moviéndose con inquietud como queriendo captar el más mínimo ruido. Estos animales, si intuyen peligro, se niegan a seguir la marcha. Entonces un jinete se apea, busca de donde viene el peligro. Es un zorro agazapado que sale huyendo. De las riendas, jala su caballo y continúan su viaje. Y en la cercanía se escucha el discurrir de una fuente fría que lanza sus burbujas más allá de la próxima peña.

Por el momento, pasado el percance del zorro, van confiados, conocen a los vecinos; todos ellos son del lugar. Sin embargo, toman sus precauciones, pues nadie está libre  de algún percance. El dinero para la compra del ganado lo tienen a buen recaudo. La esposa de cada uno de ellos, habilitó unos bolsillos especiales en los forros de sus casacas de cuero y además no están en un solo lugar, fueron distribuidos en diferentes prendas y hasta en las jergas de los caballos. La experiencia les hace tomar cuidados extremos; o ellos han sido asaltados  o han visto lo que les sucedía a otros compañeros de oficio. Hay salteadores de camino, traicioneros cobardes que esperan agazapados para sorprender y despojar del dinero que llevan y en algunos casos han llegado hasta la muerte. Esa horrible vigencia obliga a tomar conciencia del peligro. Las extensas mesetas andinas son inhóspitas. No es bueno emprender el viaje solo, es por ello que estos cuatro jinetes han preparado la travesía desde hace tiempo. Se necesita planearlo todo, juntar la mayor cantidad de plata,  hacer un buen itinerario y ser disciplinados en las diversiones, si es posible no se da lugar a reuniones con amigos de otros pueblos. La experiencia trágica de algunos casos, dictan los cuidados a tener: "guerra avisada no mata gente".

Pasan por las escasas chozas que componen la aldea de Atokata cuando todavía no aclara el día; solo el lastimero ladrido de los perros los acompaña. A partir de allí, ya no hay callejón que de alguna manera los proteja del frío y empieza la subida por el empinado camino que conduce a Llamocca. Hay por la zona, fuentes manantiales o puquiales que brotan de las faldas de Condurillo y van formando un riachuelo. Las paredes de las montañas que tienen a cada lado se van estrechando las paredes del acantilado y acercándose entre sí, formando pequeñas cascadas que comienzan a precipitarse blancuzcas a la luz de la luna. Los caballos, ante el más mínimo sonido yerguen las orejas, señal inequívoca de algo que los asusta. De pronto sale volando una perdiz que les produce un sobresalto ante la sorpresa. Son las ocho de la mañana y el sol asoma con sus tibios rayos. Por muy larga que pueda parecernos la noche, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes. Al trote ligero de los animales llegan a coronar y alcanzan el límite entre la zona de las Cabezadas y las punas. Llamocca a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, es el límite que divide. El pueblo quedó atrás y ahora tienen ante sí, una vista de la inmensa meseta andina con cientos de hectáreas de pasto natural, el Ichu. Los escasos pobladores de la zona se dedican al cuidado y crianza de camélidos, ovinos y en sus estancias albergan el ganado vacuno propio y el ajeno. Cuidar el ganado de otros, es también una forma de incremento económico para ellos. El dueño de aquellos animales, no paga en dinero por el servicio, les provee de víveres, coca y aguardiente. El pastoreo del ganado se convierte en la actividad casi única, aunque las condiciones para su desarrollo sean difíciles. El campesinado andino  vive en condiciones de pobreza; aunque tengan miles de ovejas, siguen siendo pobres, es su idiosincrasia. La rentabilidad de sus actividades es casi nula o escasa debido a las precarias condiciones de crianza. Son gente que no teniendo nada, todo les alcanza. En la vida pasan cosas malas, es cierto. Pero la clave está en ver las cosas tal cual son y no peor de lo que realmente son.

Para los viajeros, realmente es aquí donde empieza el viaje en toda su crudeza. Recia es la brega y el duro cabalgar se prolonga hasta que asoman las primeras sombras de la noche. El traslado es lento, tedioso y lleno de riesgos. Si bien han cabalgado más de doce horas, lo hicieron al paso del caballo, sin forzar el trote. El viaje proyectado es, por lo menos, para mes y medio. Se debe ir dosificando las fuerzas. Tu mismo eres el dueño de tu vida; nadie más puede decirte lo que tienes que hacer. Es hora de darle descanso a los caballos que apenas pueden sostenerse sobre sus remos acalambrados. Buscan calor penetrando en los corrales y chozas abandonadas. Se dirigen al fogón y juntan los restos de unas "bostas" y los amontonan para luego prenderles fuego. Preparan su comida caliente y a los caballos les buscan un lugar donde haya abundante pasto, los amarran y se meten en sus camas hechas con los aperos. Todo este ritual se repetirá durante el mes o más que tienen pensado viajar. "Cruzamos el infinito a cada paso, nos encontramos con la eternidad en cada segundo". Piensan en sus hijos, en la familia y saben que el éxito de su misión depende mucho del esfuerzo que realicen. Si por ellos hay que pasar privaciones, lo sufriremos, como sufre cualquier viajero el estorbo de una montaña. En el camino fuimos dejando penas y alegrías, pero sobretodo sudor y esperanza. Creo que lo que hay que hacer es disfrutar el viaje mientras estamos en él. A su paso, se presentan ante ellos, bellos paisajes. El espejo de color azul de una pequeña laguna, más allá de Ronguillos al costado del río Caracha, es hollada por las patas largas de unos flamencos o pariguanas que tienen el plumaje blanco del cuerpo con alas rojas. Cabalgan a orillas del sinuoso Caracha, y por las montañas cercanas pueden avistar a las vizcachas, que corren asustadizas hasta perderse en sus guaridas.  Visitan Huancasancos, se toman un descanso de tres días y aprovechan para visitar los hatos de los crianderos y si el ganado es propicio,cierran negocio. Previo adelanto, los animales quedan para recogerlos al regreso. La distancia que recorren es enorme, son miles de kilómetros que los nobles caballos van devorando. En cada lugar que visitan, compran los mejores pastos para sus acémilas. Totos, Vilcanchos, Pampa Cangallo, Aucará, Cabana, y muchos pueblos más, fueron visitados. En el lugar más alejado se toman un buen descanso y acuerdan el itinerario a seguir para el retorno. Van recogiendo en cada lugar los animales ya comprados y la manada se va haciendo numerosa. La preocupación crece, así como el peligro. El haber trabajado con diligencia y ver que sus esfuerzos fueron coronados por el éxito excita la envidia de quienes neciamente esperan la satisfacción en la pereza y el robo. Deben tomar medidas para no ser sorprendidos. Incluso, sienten la necesidad de contratar ayudantes, que vigilen en guardias nocturnas. Acabada la estresante y larga jornada se entregan al descanso. Deben tener en cuenta que si los animales son obligados a caminar largas distancias sin suficiente agua y alimentos, pierden peso y hasta pueden morir.

Vista panorámica actual de Huancasancos. Hoy es una ciudad muy bella en contraste con aquel pueblo pequeño de los años primeros de la década del sesenta. Este pueblo fue muy visitado por los antiguos ganaderos, un paso obligado para comprar ganado y para el descanso antes de regresar a Laramate.


Ya de regreso, después de mes y medio de trajín, han formado un solo esfuerzo. Con paso cansino van arreando el ganado que compraron. Los sudorosos caballos, sienten en sus narices el fresco aroma de alfalfa.  Las chacras de Laramate están en todo su esplendor. Es la campiña maravillosa, fecunda y eterna amante del sol, que se abre a las caricias de sus dorados rayos. Las flores azules que adornan los campos indican que el alimento para el ganado está maduro. Los patrones de estos campos cultivan con esforzada labor, pues de eso depende la economía familiar. A la llegada de las "puntas" de ganado que vienen de las punas, el pueblo se viste de alegría. Los agricultores venden su alfalfa por "cenadas" y los ganaderos dan trabajo a los peones para que cuiden a sus animales día y noche. Los vaqueros ayudantes hacen sus camas con el apero de los caballos y duermen a campo abierto, en medio de los vacunos. No es el caso de nuestros héroes, ellos gozan del calor familiar. También existen, forasteros que durante el día pasan  como visitantes respetuosos entregados al negocio itinerante de la compra de ganado, pero, por la noche son abigeos desalmados. Llegan de otros pueblos, son gente desconocida, impresionan con dinero fácil, presumen de riquezas, invitan licor. Si nuestros ganaderos se confían, pueden caer en las redes de falsarios. Si estamos avisados debemos tener cuidado. Mientras eso puede sorprenderlos, los ganaderos honrados que disfrutan de su esfuerzo, descansan con su familia del duro trabajo en las punas y darse siquiera un lugar para divertirse. Claro que a veces surgen los desafíos para las carreras de caballos o para peleas de toros. Se busca entonces, una autoridad que sirva de arbitro en las competencias. La explanada del pequeño campo que recibe el nombre de estadio, es lugar apropiado para tales lides. Se compite y se termina en alegría.

El río Caracha (cruza Ronguillos con dirección a Llamoca, pero en el trayecto,se da una vuelta y regresa a Huancasancos) durante el tiempo de bajo caudal. En la extensa meseta avanza el discurrir de sus aguas como una cinta que va dibujando curvas vagabundas.


Desde tiempos remotos han  pasado por el pueblo muchos  señores en busca de ganado, y otros que,  con el apresurado paso de los aventureros inclementes, ganados por el terrible galopar de la ambición, se aprovecharon de la inocencia de las lugareñas y después de gustar hondos placeres, desaparecieron. En cambio, otros honrados ganaderos hicieron de Laramate un paso obligado, ya sea atraídos por la gran campiña que les ofrecía abundante forraje, o tal vez por la belleza de las damas del lugar, se quedaron. De tanto visitar el pueblo se casaron logrando afincarse y formar familias o han dejado su simiente, dando lugar a una raza de mestizaje admirable. Tal es el caso de don Manuel Morón quien desde sus tenencias en Ica, viajaba en busca de ganado para engorde para luego llevarlo hasta la hacienda familiar en La Bambarén, Ica. De sus numerosos viajes, un día olvidó el camino de regreso y quedó en Laramate. Como un migrante afincado en el pueblo, desarrolló actividades por el bien de la comunidad, dado los conocimientos sobre ornato y gestión administrativa: fue propulsor entusiasta para la creación del colegio secundario, ideó el embellecimiento de la plaza de armas con bancas de granito finamente talladas por diestros picapedreros; todo eso además de hacer uso de su encanto para enamorar a más de una señora, etc.       






Comentarios

  1. Lindo relatos de nuestros ancestros ,historias y vivencias de los laramatinos de ayer ,sí recuerdo algunos personajes de esta historia aún niño quedó grabado en mí mente, gracias por haber escrito estás reseñas de nuestro pueblos que no quedarán en el olvido sino serán fuente de enseñanza pará nuestros desendientes para que sepan de dónde venimos.

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