GALERÍA GRÁFICA DEL RECUERDO.

Olinda Bendezú de Hualpa, es una mujer llena de ternura.

Es en la infancia cuando la puerta se abre para dejar entrar al futuro. Esta frase encierra mucha verdad. He disfrutado de buenos maestros que contaron historias sacadas de su prolífica imaginación, que si no hubiera tenido oídos para vivirlas con intensidad, tal vez no podría sacarle provecho y los recuerdos se perderían, como se pierden las sementeras con la helada de junio. Nunca es demasiado tarde para ser feliz. Voy a ensayar un recuerdo de una persona muy especial. "La canicie es una corona de hermosura..." es un Proverbio que está escrito en la Biblia. Definitivamente la sabiduría y el amor de Dios está reflejada en ese texto, que muestra la alta estima que Dios guarda por las personas mayores. Y la cabecita de mi tía Olinda Bendezú está coronada hoy por la valiosa experiencia que la vida le ha dado. Esas canas son el reflejo de haber transitado sorteando dificultades y alegrías por mil y un caminos. No recuerdo exactamente cual fue el momento en que la vi por primera vez, solo se que cuando desperté a mi sano juicio estuve sentado al lado de mi madre y junto a mi querida tía, en el frontis de su casa, en la falda del Monte Calvario, de Laramate. Para mi madre, la tía Olinda fue alguien muy especial. Durante mi infancia he caminado de la mano de mi madre y se que ella solo visitaba a tres o cuatro personas, no más. Habiendo tenido una niñez tan penosa le resultaba difícil hacer amistades. Y mi tía era como el agua fresca en un desierto candente que lograba calmar la sed y mojaba los agrietados labios resecos, de mi madre.  Resultaba encantadora verla  sonreír. Era una tarde soleada, ella llegaba recién de la chacra y traía en la espalda un buen atado de alfalfa fresca. Me parecía divertido respirar los olores dulces y acres de la hierba recién cortada. En su carita feliz, sus ojos brillan con el fuego del espíritu y sonríen al mismo tiempo que sus labios, mientras arrulla en sus brazos a uno de sus menores hijos. Es vívido el recuerdo del amor que se guardan con mi madre, nos gustaba ir a su casa y correr con sus hijos persiguiendo conejos. Ya cansados de jugar, regresamos y nos invita a pasar a la cocina para tomar leche fresca y comer canchita con queso.
     
Al contemplar la foto que encabeza este artículo, nos sentimos impulsados a escribir todo recuerdo, como queriendo apaciguar los malos momentos que por nuestra culpa pasó. El escribir me obliga a retornar a aquellos años en el umbral de la adolescencia en que todo nos parecía permitido. Cierto día, habiendo ido de excursión a Ocaña con el plantel del Colegio, en lugar de regresar a casa, Tito, yo, Nolasco y Lucho Ludeña, nos subimos a la camioneta de un cura que nos llevó a Tiracanchi y Chuya. Ese despistado viaje nos llevó una semana de desaparecidos. Me cuesta imaginar cuanto dolor habrá pasado tanto ella como mi madre y toda la familia. Ese aciago acontecimiento no fue lo único que hicimos, hubieron otros que no los quiero recordar. Hoy pueden ser anécdoticos, pero en su momento causaron preocupaciones y sinsabores. Tía Olinda, te amo así como amo a mi madre. Hoy, sentado en un recodo del camino, no puedo lograr una explicación coherente, al pensar en esos tiempos: mi padre era muy estricto y don Víctor Hualpa, esposo de mi tía, era igual o tal vez más riguroso que mi padre. ¿Cómo es que nos hemos atrevido a realizar faenas tan temerarias? La insensatez de la juventud es como quedarse perplejo ante un abismo peligroso, pero que sin embargo nos atrevemos a dominarle. Tampoco, no nos equivoquemos; no todo fue malo. En su casa, nos preparaba café para poder amanecernos estudiando. En Lucle le ayudamos a sembrar papas o a cuidar sus vacas. Yo para eso, me escapaba de mi casa, so pretexto de ir a estudiar al campo. En las punas de Ronguillos, juntamos su ganado al lado de Valerio y Heber, aquella vez que nos atrevimos a ir caminando tres días. Ellos iban en su burro y su mula y aveces nos turnamos. Recuerdos....



La alegra risa que suena como un eco en esa gran casona del barrio Calvario, es la de Violeta Guevara Gallegos. Los dientes blancos como la nieve brillan como el sol, mientras que sus pies ligeros retozan en el patio grande, persiguiendo los becerros. Sus hijas han heredado, con toda justicia, esa gracia...  

Cada tarde a la salida de la escuela tenemos una responsabilidad ineludible: ir a la pila de la calle Calvario a recoger agua para llenar la botija de barro que hay en una esquina de la cocina. Son varios viajes los que hacemos mi hermano y yo. Pero no somos los únicos, hay otros niños que se unen a la  fila, según el orden de llegada. Como soy el menor, soy también el más inquieto. Mientras Raúl, mi hermano espera turno yo me atrevo y camino a un terreno desconocido: hay una casa muy grande y bonita a unos metros de la pila, que siempre ha llamado mi atención. Alguna vez he visto entrar a esa casona a mi tío Misael Guevara. Me acerco despacio hasta una enorme puerta de madera con aldabas de fierro. Como no hay nadie a la vista, me aventuro hasta una escalera de piedra tallada que lleva al segundo piso. Sigo sin ver a nadie y voy hacia lo que parece un jardín. Es una maravilla lo que descubro: un bello jardín con las flores más hermosas que jamás he visto. La naturaleza está ahí para complacer los ojos. Ignoro el tiempo que pasé mirando esa belleza. Estoy como ausente, inmerso en mis pensamientos que no me di cuenta que venía una señora. Me sobresalté un poco cuando me preguntó mi nombre. Soy Lucho, hijo de don Víctor, le dije. ¿Qué haces por aquí? Miraba su jardín, tiene usted unas flores muy bonitas, dije. ¿Quieres que te regale una para que le lleves a tu mamá? Si señora... Yo me llamo Jesús, me dijo. Como la señora era un poco mayor, se le dificultaba agacharse para entrar a su huerta, entonces llamó: ¡Violeta! Salió de una habitación, una señorita muy alta y bonita. Me obsequió varias flores y salí contento y agradecido. A partir de aquella vez, me acercaba a saludar a la señora, era muy amable. Con el tiempo supe que era Jesús Chica. A Violeta la veía en la escuela o a veces jugando voley.

Hoy, habiendo caminado largo trecho por la vida gozo de la maravillosa perspectiva de las cosas cotidianas y me alegro de haber hecho un lugar en mi corazón para seguir disfrutando de la magia, diversión e ilusión de las cosas que cuando infante me regocijaba. Luego de tantos años me doy cuenta que al observar el mundo con ojos de niño, es seguir descubriendo lo que creímos olvidado. Mirar con ojos de niño, es ver una realidad que nos transporta a la felicidad. Esa casa tan grande, con el marco ovalado y portón de madera con grandes aldabas siempre me ha gustado y a través de esa bella construcción veo los tiempos de gloria de los importantes ganaderos de la zona. La familia Guevara Gallegos, montados en briosos caballos, supieron arrear abundante ganado. Tenían varios corrales cerca de sus alfalfares para que el ganado no se lastime caminando largas distancias. Recuerdo con marcada nostalgia, ver pasar por la puerta de la casa de mis padres, puntas de ganado que al final del día se dirigen al encierro.  En la parte de arriba, cerca de la casa tenían un corral casero, lo que les permitía ordeñar varias lecheras para el consumo familiar. Los hijos de esta familia eran muchos y cada quién cumplía con su asignación. Uno cuida los becerros, otro enlaza las patas de la vaca y otros más llevan los baldes llenos de leche hasta la cocina, para hacer quesos. En mis recuerdos de infancia está una fiesta a la que me colé por curiosidad, creo que era el matrimonio de una de las hijas: Crisalida Guevara.



Señora Justina Garayar madre de nuestro amigo Pedro Rivas Garayar y su amada esposa Silvia.
Laramate, es el punto de un lápiz muy fino en el mapa del mundo. Y en ese punto tan pequeñito nacieron mil historias que mil niños fueron contando. Me hice muy amigo de ellos con la única condición de no crecer jamás. Cierto día llegó al pueblo un mercader, venido desde Italia. Su nombre Vicente tiene rostro de alegría y sus ojos azules son un pedazo de cielo. Una tarde toca la puerta de mi casa y ofrece vender las telas que en el hombro lleva. Mi padre compró algunos metros de tres colores distintos. Vicente se quedó alojado en la casa, era amigo de mi padre desde cuando trabajaban en Palpa. Esos metros de tela fueron al taller del sastre Jesús Tenorio, un hombre de trato muy amable. Confeccionó tres ternos a la medida para Raúl, Luis y Alejandro Robles, el ahijado de mis padres. Al vestir los trajes, queríamos que quede recuerdos gráficos de la alegría. Y así fue como conocimos al señor Glicerio Rivas Gallegos, amigo de mi padre, quien se encargó de grabar los momentos de gala y alegría eternos. Este señor de rostro curtido por el sol, era el fotógrafo ameno y amigable que nos pedía sonreír. Estábamos tan tensos que las sonrisas se negaban a dibujarse en los labios. El apellido de este noble caballero era el único que existía en toda la comarca. Me ponía a pensar, a pesar de ser niño, como es que se van formando los apellidos. En nuestra escuela el maestro enseña que unos colonos venidos de España se asentaron en el lugar y sus hijos fueron formando hogares. Como eran muy pocas familias, los apellidos se fueron cruzando, de tal manera que casi todos son familia. Pero, ¿y el señor Rivas?. Resulta que una señorita de nombre Justina Garayar visita a unos familiares afincados en el rico valle de Cañete, y quedando prendada del lugar, se quedó a vivir allá. Pasaron los años y esta señorita, convertida en una bella mujer cegó de amor al hijo del andaluz Pedro Rivas Gonzales del Valle, dueño de la hacienda en la que ella trabaja y contrajeron matrimonio. Los avatares con que se enfrenta el destino los hace retornar a la tierra que vio nacer a Justina Garayar de Rivas. Del tiempo en que ella se fue soltera hoy casada llega con dos hijos y un esposo que la ama. De ese matrimonio nacieron Pedro Claver y Ana. Crecieron en el páramo de Chupancancha y asistieron a la escuela donde Nelly Jurado era maestra. Bueno, como es sabido, los acontecimientos imprevistos le suceden a toda familia. La negra muerte tocó a su puerta y truncó la felicidad reinante en ese hogar. La señora Justina y los hijos Pedro y Anita, quedaron en la orfandad. Los hijos todavía son niños. Laramate, que conserva aun el candor de un pueblo sano, donde la solidaridad es una cualidad sobresaliente, se une para socorrerlos. Dejando a un lado cualquier diferencia, acudieron en auxilio de esa familia, pero particularmente la señora Lucinda Garayar tomo parte afectiva en la ayuda. Terminada su primaria, en el colegio fuimos compañeros de aula. Era enternecedor ver cuando Pedro prodigaba atenciones a su hermanita. A la salida de clases caminan unos cuatro o cinco kilómetros hasta Chupancancha....



La familia Chavez, es una de las tradicionales en Laramate.  Uno de los hijos, en sus viajes de trabajo hacia los pueblos vecinos, quedó prendado de la belleza de una señorita del bonito pueblo de Huancasancos: Beatriz Salcedo
En mi pueblo la algarabía está en su punto más alto. Los acontecimientos más importantes llegaron casi al mismo tiempo. Por fin, después de tantos años ven coronado su esfuerzo, quienes lucharon  a brazo partido o con mucha decisión por la llegada de la carretera. Al poco tiempo se funda el centro de estudios más esperado, el Colegio Nacional Mixto. Con el arribo de Leónidas Muñoz como director nos sentimos bendecidos. Las cosas marchan como un tren nuevo, sobre rieles. Por si fuera poco, el prestigio del colegio crece a tal punto que es invitado a diversos eventos, ya sean culturales como deportivos. De un pueblo vecino llamado Huancasancos, llega una invitación para un intercambio de actividades. Se acepta tan importante convite y nuestro Director se vuelca con todo entusiasmo a la preparación del viaje. Las actividades acordadas para la especial fecha son la declamación de poesías, actuaciones de teatro, juegos de Voley y de fútbol de distintas categorías, carreras de velocidad y maratón de diez kilómetros. Cada profesor tiene a su cargo la preparación de una materia. El director se encarga junto al maestro de educación física Alejandro Morón, en los preparativos de fútbol. Cada mañana a las cinco, el director espera a los deportistas. Los ensaya en todo tipo de ejercicios y el profesor Morón encabeza el grupo. La preparación es muy exigente y a mis doce años puedo resistir, más con entusiasmo que con fuerza. Llegado el momento, viajamos a caballo en dos jornadas muy felices. Los triunfos más importantes que conseguimos fueron en futbol de selección y la maratón. Nos dejó boquiabiertos Juan Pillaca, que no obstante haber viajado a pie, ganó en esa importante carrera de resistencia, maratón. Otra persona que a mi particularmente me impresionó fue el arquero-profesor Alejandro Morón. Un excelente arquero, seguro para tapar y arriesgado para cortar jugadas que incluso ponían en peligro su integridad. Mucho lo recuerdo vestido con camiseta de mangas largas y codo acolchado. Para que el sol no le cayera en los ojos se puso una gorra con visera. El pantalón corto, también era acolchado a la altura de la cadera. Jano, a partir de allí fue mi ídolo y tal vez  la inspiración para convertirme en hincha del Alianza Laramate, donde el tapaba. ¡Que partidos memorables le he visto! Al final de ese año, me trasladaron para estudiar en Lima, pero regresé luego de dos años y Jano seguía jugando poco, más bien preparaba nuevas generaciones de deportistas. Ya para entonces, a mi regreso, encontré a la señora Dina Cabezudo ejerciendo su papel como profesora. La recuerdo en amables tertulias con sus alumnas, que más que sus pupilas eran como sus hijas. Nunca dejó que su sonrisa lo abandonara, su trato era apacibley su don de gente, atraía respetos. Para todos quienes hemos conocido a estos esposos, sentimos cariño y respeto.



Seguramente que así como están en esta fotografía, les gustaría a Jano Morón y Dina Cabezudo, ser recordados por siempre. Durante sus años de profesores eran felices porque se sentían rodeados del cariño de sus alumnos.

De ese Huancasancos que conocimos quedan muy bonitos recuerdos. Nos hicimos amigos de otros chicos de nuestra edad y en nuestra conversación, nos enteramos que en Laramate vivía una dama oriunda de ese hermoso  pueblo. Uno de las amigas que conocimos de nombre Ercilia, nos dijo que era su sobrina. Nos referimos a la señora Beatriz Salcedo, hija de uno de los más importantes ganaderos de la zona. Cuando joven, vivía en su natal y a su casa llegaba siempre, un atractivo e importante ganadero de Laramate. Con el tiempo se hicieron enamorados, hasta que se presentó el momento de pedirla en matrimonio. Ya casados, se trasladaron a Laramate y formaron una bonita familia: Rómulo Chávez y Beatriz Salcedo. El progreso llegó de la mano de la felicidad. Su hacienda creció, tanto en campos de cultivo como en animales. Un recuerdo importante que tengo es ver a Alfredo montado en un hermoso caballo pinto que arrea a sus vacas con dirección a Astobamba. Soy de la época que está entre Alfredo y Rómulo hijo. En una oportunidad, Alfredo me invitó a una fiesta que su hermana Rosa organizaba para incrementar la amistad con otros chicos de la edad de ella que también estudiaban en Ica. Nosotros eramos menores, así que la timidez venció, no pude entrar. Hoy sigo guardándoles la más alta estima.     


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