SEMBLANZAS DEL ALIANZA versus DEFENSOR.

Por los años finales de la década del 50, visten la gloriosa camiseta azul con franja roja, los pundonorosos jugadores de Alianza: Sortibramdo Palomino, Pablo Aguado, (...), Alberto Garayar, Rolando Aguirre, (...), Pedro Gallegos, Melquiades Guevara, Mario Guevara, Godofredo Gallegos, Kiko Guevara.


Este domingo es un día de fiesta; el gesto adusto que caracteriza al hombre de campo, hoy se transforma en sonrisas. Es inusual el movimiento de la gente, pareciera que todos tienen urgencia por realizar sus tareas. Para mí, el día empieza a la hora en que voy a comprar el pan para el desayuno familiar y de paso, recojo los riquísimos tamales que doña Gumercinda prepara. Mis padres se sorprenden por la diligencia que empleo para llevar a cabo los mandatos. En las calles hay alegría, grupos de personas en las diferentes esquinas comentan lo que sucederá en la tarde. En las paredes de las tiendas hay una cartulina pegada con argamasa, en las que se puede leer un aviso: “Gran tarde deportiva que se realizará en el estadio a las tres de la tarde. Se enfrentan Alianza contra Defensor. ¡No falte!” De regreso a la casa paso mirando al estadio, un amplio campo que albergará a los jugadores. Tiene tribunas naturales; por un lado, están las pircas de la chacra de la escuela, por otro, la chacra de tío Sergio y por un costado, una alta tribuna al pie del muro de la escuela de mujeres. Este último es lugar privilegiado.

Siendo las once de mañana, las vacas ya ordeñadas están en las chacras. La mamá termina de elaborar los quesos y los pone sobre la chacana para que vayan secando. Enseguida se dirige a la cocina, pone troncos de leña seca en el fogón y prende la candela. Mientras ella cocina, los niños menores riegan el patio, barren la casa y les dan su comida a las gallinas. El otro hijo mayor, madrugó llevando de la soga a los carneros hasta la acequia donde los amarra para que coman a su antojo. Da gusto ver a toda la familia comprometida en sus actividades y lo mejor, es que lo hacen con una sonrisa en los labios. Mientras eso sucede en los hogares, un grupo numeroso de jóvenes, los mismos que en la tarde se enfrentarán; participan en la tarea de recoger toda la piedra menuda que está en el campo deportivo, de tal manera que, ante una caída, no sufran lesiones. Otro grupo, recorre las casas pidiendo un poco de ceniza de los fogones, para pintar las líneas del campo de juego. Y otros, han traído unos maderos para plantarlos en el suelo y sirvan como arcos. El travesaño, que es más largo, lo sostienen con sogas amarradas a los parantes. Todo va quedando listo para el partido de fútbol. 

En la memoria de los que en esa época éramos niños, está grabado para siempre lo que significaban las alegres tardes deportivas en el pueblo. Era como una válvula de escape al diario trajinar, ya que acontecimientos de este tipo servían para aliviar tensiones. En los pueblos pequeños que viven del día a día, escasean las diversiones; por tal motivo se entregan con pasión al pleno disfrute. A la una de la tarde se termina de almorzar, limpiar los utensilios utilizados y vamos todos a lavarnos la cara y cambiarnos de ropa: es domingo, día de fiesta. Cambiados y bien peinados, nos acercamos al balcón para divisar el estadio. Ya la gente va llegando; los niños pequeños de la mano de mamá y los más grandes, que van con el papá, se alejan corriendo con la intención de pisar el estadio, pero no los dejan, pues las líneas del campo se podrían borrar. Nuestra familia no es ajena a esos avatares, así que, salimos todos con dirección al estadio. Llama mi atención un grupo pequeño, que está en una esquina cerca del estadio. Están armando sobre una mesa el Pick up o tocadiscos. Este “moderno” aparato es único en el pueblo, el señor Rojas dueño de una tienda en cinco esquinas, lo tiene. Lo alquila por todo el tiempo que dure el partido, para amenizar con la música que brota de unos discos de carbón. Funciona con una batería de carro, la misma que está debajo de la mesa. Esta vez, será el pick up, para otra oportunidad, es la Banda de Músicos, la que toca. 

Si todo eso sucede alrededor del estadio, hay otros lugares donde hay mayor actividad. Es en la casa de los presidentes de cada Club. En la casa de Manuel Guillén Gallegos, los del equipo de Alianza, van vistiéndose con el uniforme azul con franja roja, que atraviesa el pecho. Los equipistas del Defensor, se visten de corto en la casa de Humberto Rodríguez. Cada equipo, con su presidente al frente y seguido de muchos hinchas, cruzan las calles provocando la algarabía de la gente. Hacen su ingreso al campo de juego y los aplausos y el griterío estallan. Saludan con evidente emoción a los que están apostados en las “tribunas”. Los dos capitanes de equipo se dirigen al centro del campo, hablan entre sí y se dirigen a la tribuna de lo alto, en busca de un árbitro imparcial. Hay dos señores que siempre han demostrado la equidad y se han conducido con neutralidad: Miguel Herrera y Héctor Chávez. En esta oportunidad el escogido es Héctor Chávez. Luego del sorteo, se alinean los jugadores y empieza el partido.

Durante el emocionante partido, me doy cuenta que la relativa tranquilidad en que se desarrollaba mi vida de pronto se rompe con el estruendoso rugir de los hinchas. Y el silencio de mis ocho años, se hizo añicos. Experimente un gozo inusitado y viví con pasión cada jugada, con la vista clavada en el polvoroso campo y haciendo mía sus habilidades. En ese mismo instante nace mi amor por este bello deporte. En este memorable momento nace en mí el deseo de ser futbolista como aquellos ídolos pueblerinos y por las noches, en la ensoñación del silencio nocturno me imagino jugando en esa pampa, corriendo o haciendo fintas al compás de una Banda de músicos. Ese sentimiento me acompañaría en la juventud donde disfrutaba plenamente de jugar al fútbol. En esta feliz tarde, las barras se enfrascan en un risueño duelo de gritos y burlas. Jugar para divertirse y triunfar con gozo, es el fin supremo de estos deportistas. Prisioneros del pundonor, a veces se cruza el fino hilo que divide lo correcto de lo impropio. Como los zapatos de fútbol tienen cocos sujetados por delgados clavos, las arteras planchas, producen sangrantes heridas; que, en lugar de acobardarlos, les infunde más valor.

El partido en sí, es una valerosa batalla. El balón de treintaidos paños es de cuero y por el tamaño que tiene es muy difícil de dominar, pero los hábiles futbolistas se dan maña para hacerlo. Las aguerridas incursiones en las indistintas áreas, se turnan. Los triunfos y las derrotas se turnan, lo importante es el momento vivido. El que triunfa se irá contento y el que pierde buscará culpables. Terminado el partido, termina la rivalidad. Hay jugadores muy importantes en cada club. Nombraremos algunos, sin darle los colores de su camiseta; lo que la memoria, nos permite. Si se trata de arqueros, hubieron muy buenos: Alejandro Morón, José Jurado, Modesto Garayar, Renán Rivero, Leonardo Guevara y Domingo Gavilán (Sonconche). Defensas: Pablo Aguado, Edgar Asurza, Ciro Canales, Juan Guevara, Bernabé Canales, Julio Chávez, Marcelino Cárdenas, Clímaco Loayza (Chuya), Víctor Huarac. Mediocampistas y delanteros: Pedro Gallegos, Jesús Guevara, Rolando Aguirre (Puquio), Melquiades Guevara, León Gutierrez, Eleuterio Munive, Quillincho, Arístides Palomino, Ebert Cucho, Alfredo Rivero, Raúl Loayza, Luis Loayza, Juan Zorrilla, Félix Zorrilla, Lucho Aguado, Lucho Ormeño, Luis Ludeña, Percy Antezana, Sigfredo Parín. Con toda seguridad hay muchos más, si no los hemos nombrado es por la bruma del tiempo que nubla los recuerdos.   


El Club Defensor Laramate, es un emblema del pueblo. Su tradicional garra fue demostrada siempre en los clásicos encuentros con el tradicional rival. La presente es una fotografía de década del cincuenta del siglo pasado, por tanto no nos alcanza la memoria para identificar a los protagonistas, pero apreciamos a un joven Modesto "loco" Garayar, también a Manuel Guillén Jurado "Quillincho". Nuestro homenaje a los deportistas y el reconocimiento a la Institución. 

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