NOSTALGIA

Una fotografía del recuerdo, año 1963. En un paseo realizado a lo alto del cerro Calvario, mirador preferido por los jóvenes; vemos a Raúl Loayza, Eví Jurado, Alfredo Fernandez, Julia Gallegos y Carlos Oré.



                                                                 NOSTALGIA

Regresando en el tiempo con gran complacencia, vamos a ubicarnos en los primeros años de la década del sesenta. El espacio maravilloso de tiempo que narramos ocurrió en la ennoblecida con el título de Villa de Laramate, remanso delicioso donde reina la paz y armonía entre sus habitantes; es considerada además, por muchos como la "joya de las Cabezadas". "Como a nuestro parecer, pareciera que todo tiempo pasado fue mejor", es el espejismo que nos permite gozar de nuestro glorioso tiempo, lo cual es relativo, porque cada época, según sus circunstancias, fue lindo. Significa para  mí, el nacimiento del genuino afecto, lugar donde desnudamos nuestras almas y bebimos de la inocencia del primer amor. Ese amor que nunca se llegó a cristalizar, solo se quedó en ensoñaciones. Ver esta fotografía, es recordar aquellos días cuando con mucho anhelo queríamos ser grandes como los que están retratados, para disfrutar también de los momentos que ellos disfrutaban. Raúl y Alfredo y muchos otros chicos de su edad, llegaban a Laramate de vacaciones, estudiaban en Ica, y eran la admiración y envidia de los muchachos menores por sus excursiones en buena compañía o tal vez por sus juveniles fiestas a las que los más chicos no podíamos asistir y solo contemplábamos de lejos. De aquellos chicos timoratos que salieron del pueblo para ir a estudiar a la costa- como se decía aquellos días- hoy solo quedan recuerdos; ahora son despiertos, muy educados y dispuestos a brindar ayuda. 

En retrospectiva, demos una mirada a ese numeroso grupo de aquella generación; antes de partir del pueblo: Alfredo Fernandez, Raúl Loayza, Amadeo Céspedes, Andrés Garayar, Augusto Garayar, Vidal Revilla, Mariano Gallegos, Benigno Gallegos, Nicolás Robles, Jesús Guillén, Santos Guevara, Jesús Guevara, y otros más. Son muy unidos por la amistad forjada desde la niñez, de tal manera que van a paseos en las lomas, a las aguas termales o a cazar con sus ondas, juntos. Para los días de semana santa, son voluntariosos para el arreglo de las andas de los santos menores. Las imágenes de los santos de mayor importancia eran el Cristo Crucificado, la Virgen Dolorosa y San Salvador de Laramate. Entre los menores estaban San Juan y Verónica que eran, para esos chicos, el objeto especial de sus devociones. Para pasearlos el día de la procesión se ofrecen de voluntarios y para ello van al campo a cortar flores y plantas verdes de grandes hojas, para adornar el anda en la que pondrán, a sus imágenes preferidas. Llega la noche esperada de la procesión conocida como El Encuentro; mientras que las andas mayores avanzan con la lentitud contrita que imprime el señor cura, las andas menores avanzan casi corriendo, una por un lado y la otra por el otro de la Plaza, de manera que se encuentren en cada vuelta. Cuando en su alocada carrera se divisan, se inclinan como para que los santos se saluden. Las cuatro primeras vueltas marchan con tranquilidad, así que, deciden darle mayor velocidad y emoción a sus desplazamientos; los santos parecen felices aunque un tanto mareados de tantas vueltas a las que son sometidos. Cuando a la quinta vuelta se encuentran cerca del puesto de la Guardia Civil y ocurre algo jamás imaginado: en el apurado saludo se juntan mucho y las cabezas de los santos chocan  con fuerte ruido; la peor parte la llevó San Juan, quedando decapitado. Los juveniles cargadores corren asustados a un rincón de la Plaza para auxiliar al santo, pero es imposible pegarle la cabeza; así que se van disimuladamente a la iglesia para buscar solución. Mientras eso ocurre, en la plaza queda solo Verónica que da vueltas y el señor cura, se sorprende; pero su solemnidad no le permite distracciones, sigue con el humeante incienso. Allá en la iglesia, los muchachos, buscan soguillas, pedazos de tela o goma para devolver la cabeza a su sitio, lo consiguen a medias. Salen otra vez, pero con mayor cuidado. Un par de vueltas y todo parece que ya se solucionó, así que vuelven a las carreras, pero no avanzan mucho. Cayó desde lo alto la cabeza y nunca más, volvió al cuello del santo; y los muchachos tampoco volvieron a la iglesia. 


Nuestro buen amigo Augusto Garayar luce orgulloso rodeado de amigos que regresan de visita a laramate. Ese camión mixto era el único medio de transporte de aquella época. Así se viajaba...


Aquel santo quedó en el olvido; los chicos viajan buscando nuevas emociones. Cuando regresan de vacaciones, quince años era la edad de aquellos mozos, pero se les veía tan maduros, tan dueños de sí, que los que no podíamos salir de las fronteras que limitan nuestro pueblo, solo los admirábamos sin ningún atisbo de envidia: ¡Ya llegará nuestra hora!, solíamos decir. Sus paseos eran memorables; hoy estaban en La Cruz, mañana están en Las Aguas Termales, y al otro día cabalgan briosos caballos en la meseta de El Rodeo o más tarde en las frías aguas que discurren bajo el Puente Chacapata. Se les ve caminar siempre acompañados de bellas jovencitas, y son felices. Estar de vacaciones escolares en Laramate era tener la apariencia de estar en un paraíso por todo lo que los rodea, grandes extensiones de campo verde, oyendo el trinar de las palomas y otras aves, que arrullan dulcemente con su canto. Brilla la naturaleza en todo su esplendor y con el vigor juvenil de estos enérgicos muchachos conforman una armonía alucinante. Daba la impresión de que al estar alejados de su natal no habían perdido esa identificación tan íntima y apasionada con la naturaleza, y que quedaban siempre reminiscencias de una nostalgia palpitante. Los padres de dichos jóvenes los miman porque demuestran responsabilidad a la hora de los estudios, sacando buenas notas en el Colegio San Luis Gonzaga de Ica, y llevando buen comportamiento en las casas pensión que los albergan en dicha ciudad.

La gran mayoría de familias de Laramate,está compuesta por ganaderos y agricultores que solo han recibido educación básica, llámese educación primaria. Sin embargo, desean que sus hijos progresen recibiendo más instrucción, es por eso que hacen grandes esfuerzos para mandarlos a estudiar a "la costa". Enviar a un hijo significa perder una mano de obra que ayude en las tareas de la casa o la hacienda. Es dejar a la madre desconsolada al borde del desfallecimiento; ella cría y cuida de sus hijos con mucho cariño, y separarlos de ellos, es entregarla al llanto permanente. El padre tiene la ilusión de que su hijo regrese para manejar la casa con mayor conocimiento en finanzas y llevar tecnología para mejorar el ganado. Vanas esperanzas, algunos hijos regresan, pero otros se quedan en la costa para seguir estudios superiores; es por eso que estos pueblos de a poco se van quedando sin juventud que sirvan de ejemplo a los más chicos: todos desean crecer para irse a la costa. Este fenómeno se convierte en un problema social, los pueblos sin juventud van agonizando, el tan anhelado regreso para ayudar en el progreso, se convierte en una infructuosa espera. 

¡Ya llegará nuestra hora! decíamos años atrás cuando Rosa Chávez, Julia Tenorio, Raúl, Afredo Fernández, Pelagio Jurado, Rogelio Tenorio, Mariano Gallegos, Doris Gallegos y otros más regresaban de vacaciones. Que lindas se veía a las adolescentes de sonrosadas mejillas caminando con la alegría propia de sentirse admiradas. Ellos se ganaban el aprecio y el asombro, cuando hacían demostraciones  de destrezas aprendidas en la otra ciudad en que vivían. Unos hacían gala de sus artes en el manejo del balón durante los aguerridos partidos de fútbol, otros en el manejo de la escopeta a la hora de cazar vizcachas o perdices, y  otros se entregaban con gran pasión a visitar sus chacras y ganado a lomo de un buen caballo, y las damitas hacían mención de la delicadeza con su exquisito comportamiento: "no se que de aristocracia tienen tus finos modales, que envidian también tu gracia, en el jardín los rosales".  Ellas eran expertas organizando reuniones sociales y almuerzos de confraternidad, ( cuánto te recuerdo mi querida amiga Doris). 

Unos dos años después de lo narrado, a los de mi promoción nos tocó también probar de las mieles de la adolescencia, así como lo hicieron nuestros antecesores. Entonces fuimos presos de la fascinación, que nos llevó a pensar que lo nuestro era muy especial, y que lo vivimos con mayor pasión. Solo era un nuevo espejismo, por el mismo hecho de vivir "nuestros propios tiempos". Claro que teniendo la experiencia de ellos, lo aprovechamos para añadirle nuevos desafíos y hacer que nuestros momentos sean más atrevidos. Las veces que regresamos de vacaciones utilizamos el tiempo completo en paseos, baños fríos y termales, así como intensos partidos de fútbol y fiestas, hasta altas horas de la noche. Un lugar muy especial está reservado a tan buenos amigos: Augusto Garayar, Luis Ludeña, Elvira Palomino, Rosita Enriquez, Víctor Oré, César Garayar, Amadeo Céspedes y su hermano Manuel, Juan José Garayar, Edgar Guillén, Jesús Guillén, Norita Guevara. Otros amigos de la lejana Pararca, en Cora Cora, son Leonardo y Julio Montoya.. 










Estos son jóvenes de tiempos posteriores a la promoción arriba narrada. Pero la costumbre es la misma: regresar al pueblo natal para disfrutar del reencuentro: Julio Montoya, Juan Chávez R., Edgar Guillén, Víctor Oré y las hermanas Asurza.

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