HAN PASADO DIEZ AÑOS: TERREMOTO EN ICA.



6.41 de la tarde de un día miércoles tedioso. El calendario marcaba 15 de agosto de 2007. El sol se había ocultado no hace mucho. Como queriendo no ser espectador de un evento de la naturaleza que traería desolación, llanto y ruinas, había apurado su caída hasta perderse allá en lontananza.
El día había transcurrido con un esplendoroso brillo solar- muy natural en esta hermosa tierra soleada-. La gente se recogía a sus hogares luego de la ardua tarea en las agro-exportadoras o de las oficinas estatales y el bullicio de los escolares con ruido incesante de algarabía, se hacía sentir en las calles.
De pronto, se siente un ruido que apaga todas las voces. TERREMOTO. El ordenado desorden cotidiano se troca en laberinto, en desconcierto, la gente busca que ponerse a buen recaudo, pero no hay lugar tranquilo. La furia tenebrosa hace temblar la tierra, pareciera que seres gigantescos la sacudieran. Se suspende toda actividad, las mesas de los restaurantes quedan vacías, los comensales salen en estampida. Los clientes de las grandes Almacenes corren con prendas de vestir en las manos.No hay vigilantes que las detengan. En momentos así, de gran desesperación  la gente implora; levanta las manos al cielo. Las señoras abrazadas de sus hijos, se arrodillan en mitad de las calles. De pronto sale de lo más profundo de los corazones ese sentimiento que no se ha perdido, sino que está adormecido por falta de entrenamiento: la Solidaridad, lo que la Biblia llama "el cariño natural".Muchos pensaron en el Apocalipsis al ver que las luces refulgen en los cielos. Las casas se desploman con tanta facilidad que uno llega a pensar que fueron construidas con la misma arena que los chicos fabrican sus castillos en la Laguna de Huacachina.
Doña Antonia, mujer mayor, sale de su casa a tientas- ya el fluido eléctrico se cortó- cae de rodillas al frío cemento de la pista e implora a Dios por su vida y por la vida de sus hijos. La luz de los carros que se acercan no la hacen temer más peligros, parecen inofensivas luciérnagas. El peligro mayor que se cierne está debajo de sus rodillas: siente como la tierra tiembla sin cesar: el movimiento  eterno de un terremoto devastador. Las mismas luces de aquellos carros perfilan las siluetas de gente que con desesperación hurgan en lo que apenas hace minutos era su casa, y en ese instante trágico solo son escombros. Las tinieblas se apoderan de las calles, solo el lúgubre ulular de las sirenas de patrulleros y ambulancias se escucha por doquier.
En la iglesia San Juan de Dios de la calle Tacna, en Ica, la señora Gladys  se encontraba sentada escuchando la misa por las honras fúnebres de algún amigo fallecido. Sintió un movimiento fuerte que movía la banca donde estaba ubicada, miró a su alrededor y se encontró con el pánico que desencajaba los rostros de los asistentes a misa. De manera automática, como suele suceder en momentos de angustia, eleva la mirada en dirección del cielo y lo que ve, lo hace salir despavorida del recinto: el techo de la iglesia caía y pudo escapar por un milagro. Hace una fervorosa oración pidiendo protección por su madre. Mientras ella se llena de valor pensando en su madre que se encuentra sola en  casa, tiene que luchar por orientarse, pues todo está en total oscuridad. No hay calles por las que pueda caminar, las casas destruidas lo abarcan todo. El polvo y el ajetreo de la muchedumbre que pugna por encontrar el camino que los conduzca a su domicilio, lo desorienta más. El valor que está más allá de lo normal en este tipo de situaciones, lo anima a seguir luchando en busca de su casa. Siente que Dios la ayuda, y ora agradecida. Llega su hogar y su madre a punto de sufrir un desmayo la recibe y se funden en un abrazo interminable.
Mientras que en Fonavi San Martin, dos niños están haciendo sus tareas escolares. Alexis que es el mayor de ambos protege a su hermanita. El movimiento que produce el terremoto los llena de pavor y en plena oscuridad caminan abrazados a despertar a su padre que descansa luego de una agotadora jornada de trabajo. Despierta, se hace cargo de la situación y salen a duras penas al exterior solo un minuto antes de que su precaria vivienda caiga en escombros. Los niños lloran, su madre no está, salió a dar un estudio de la Biblia. Juntos, en la oscuridad caminan en busca de mamá. Se encuentran y juntos lloran dando gracias a Jehová por la vida que conservan.
Casos como estos y mucho más graves todavía, hay miles. El terrible saldo de la tragedia dejó 590 muertos, cerca de 2,300 heridos y 76,000 viviendas destruidas. La tan prometida reconstrucción no llega, a pesar de los diez años que han pasado.  




Comentarios

Entradas más populares de este blog

HISTORIA DE LARAMATE

Laramate para el mundo

LOS ENCANTOS DE LARAMATE