El ganadero Alberto Mota, Víctor Loayza y dos toreros llegados para la ocasión.(1,955)



                                                                 FIESTA TAURINA, las de antes....


El movimiento apurado de la gente, indica que hoy es un día de singular fiesta, la misma que se realiza solo una vez al año: la corrida de toros. El espectáculo empezara a las tres de la tarde, pero siendo tan emocionante, acapara inusitada atención desde muy temprano. A las diez de la mañana, desde distintos puntos del pueblo los chicos llegan hasta la escuela de niñas con frazadas, ponchos o colchas, o algo parecido; que sirva para amortiguar el dolor de estar sentados sobre el frío cemento, por varias horas. Al fondo del patio hay un largo malecón de cemento que tiene vista al estadio y sobre él, se estiran las prendas, a modo de apartar un espacio para las distintas familias. Aquí solo se ubicarán, como si fuera un acuerdo tácito, señoras y niños. Si eso sucede en el malecón, en la pampa del estadio, hay un movimiento mayor de personas. Cubierta las cabezas con grandes sombreros de paja o paño, docenas de hombres se movilizan, unos cargando palos, otros estirando lazos de cuero, y otros, haciendo hueco en el suelo para plantar los parantes. En el antiguo estadio, nombre demasiado pomposo que se le daba a la pampa donde se retozaba detrás de una pelota, se construye en una de las esquinas que forma la pared trasera de la escuela de varones con la pirca de la chacra, un rústico ruedo hecho con vigas y lazos trenzados de cuero de vaca. La recolección de palos o vigas, que generosamente prestan los entusiastas pobladores, se realiza desde la madrugada; algunas son traídas desde las aldeas lejanas que rodean al pueblo. Es conmovedor ver el entusiasmo que le ponen estos señores que no reciben ningún pago, para que se haga posible ese gratuito espectáculo. Los parantes, de unos tres metros son plantados en el suelo, cada dos metros y otras vigas  se atraviesan en forma horizontal, de tal manera que vayan formando un amplio corral. Se aseguran con gruesos lazos trenzados de cuero y luego de horas de ardua labor, se logra un recinto cerrado para tal fin. La gran mayoría de los hombres e intrépidos jóvenes y niños ya grandecitos, se acomodan en las barandas del recién formado ruedo. Las señoras y sus hijas verán la corrida desde las tribunas que apartaron con sus colchas,en el malecón de la escuela de niñas; y las que alcanzaron cupo allí, lo harán desde lo alto de lo que podría considerarse como tribuna rudimentaria, junto a la acequia, y otras familias miraran desde donde están las casas de don Vitaliano Rodriguez.  

Mientras eso sucede en las tribunas, hay un movimiento mucho más peligroso en otro lugar. La manada de toros bravos entropados con vacas mansas, son traídos desde la chacra de don Eudaldo, cerca del panteón. Son varios los jinetes que arrean a los animales, con chicotes de cuero trenzado y grueso puntal de cabuya. El altanero ganadero dueño de los animales, mira con cierto desprecio a los hombres con quienes se cruza, pues con todo derecho, se cree el dueño de la fiesta. Llegan con la manada hasta el callejón del costado de la escuela y allí, le esperan otros jinetes que ayudan a que los toros entren por la puerta angosta de dicha calle. Una vez que los animales entran, los ayudantes, plantan los palos y amarran fuerte, para evitar el escape. Para que la corrida empiece, se espera que el arrogante ganadero montado en un bayo de buena estampa, aparezca por el otro lado del estadio, junto a otros jinetes que lo adulan. Al pisar la pampa del estadio, espolea fuerte a su cabalgadura y esta, ante el dolor, salta y emprende veloz galope por toda la pampa, seguido de otros caballos. Realizan una serie de piruetas como para que la gente lo admire; pero solo recibe silbatinas. Tomando en cuenta la tradición y magia ancestral, la corrida de toros es un ritual donde el inteligente torero y el bruto animal hacen la pulseada a su fuerza y bravura. El ganadero se dirige al lado del ruedo por donde están los toros, baja de su caballo y trepa a los palos; entonces saca una botella de cañazo, bebe un sorbo y ese liquido ensalibado se lo arroja al toro en los ojos, de tal manera que al entrar a la zona de toreo, la furia del animal lo haga embestir, más por dolor que por braveza. Los espontáneos toreros esperan con poncho en mano, para capearlos con energía y no con arte. El cerrero corre asustado de ver tanta gente que rodea el ruedo, quiere saltar la cerca y la gente lo ahuyenta. El silvestre pero valiente torero, pugna por sacarle alguna chicuelina al toro asustado, y no lo consigue porque el cerril escapa. La gente silba y pide: "voten esa vaca u ordeñala". El ganadero, ya pasado de copas, vuelve a entrar al corral de los toros y les tira más aguardiente a los ojos. Entra a la arena un toro más grande y de aspecto fiero. Tiene los cuernos afilados y produce terror, de tan solo mirarle, nadie se atreve; hasta que Nicolás Llamoja, un valiente labriego, con muchas copas encima, salta desde los palos y cae frente al toro gigante. El astado sale huyendo asustado, pero Llamoja lo persigue y logra sacarle unas cuantas capas con su poncho. La gente estalla en bullicioso aplauso y el burdo torero, envalentonado por los vítores, se enfrenta al toro y le saca varios lances con el capote.

Para la época que nos convoca el presente relato, las corridas de toros, amenizadas con bulliciosa banda de músicos, son manifestaciones culturales un tanto rudimentarias o pueblerinas. Seguramente vendrán espectáculos más elaborados; por lo pronto narramos lo que pasa en 1955. Como esta fiesta patronal tiene un buen mayordomo, se esmeró en sus gastos y trajo contratados a dos toreros profesionales desde la costa. A estos dos hombres se le suma un señor que también es torero del pueblo. Los tres que tienen oficio y son diestros en el manejo de la capa, se turnan para enfrentar al toro con valor y logran que el astado embista repetidas veces. Como premio a la bravura del animal, lo lazan por los cuernos y a viva fuerza, amarrado a los palos, logran ponerle una tela de seda con flecos dorados a la que llaman "divisa". Cansado por la faena, regresa el toro al corral y el ganadero arrogante ordena sacar al ruedo, otro bravo de mayor alzada. Es un gran animal negro retinto, que resopla con furia, mientras que con los cascos delanteros escarba el suelo. Corre dando vueltas al recinto e intenta saltar por encima de las maderas, pero la gente, lo impide. Los aficionados aplauden y piden a grandes voces que los toreros lo enfrenten. Este hermoso animal de cuernos afilados corre a cornear al torero, pero este, con gran maestría lo evade vez tras vez, hasta que el cansado animal, con la lengua afuera, solo mira el capote. Con pasos elegantes y pausados, el artista del capeo, se arrodilla y logra sacarle varios pases más. Cada uno de los toreros se lucen con distintos pases, alborotando a los asistentes. Igual que al anterior, a este toro también le clavan la "divisa " en el lomo. Los señores toreros, estiran un capote y pasan por las tribunas para que la gente los premie con unas monedas. Como la faena estuvo buena, lo premian con buena cantidad de monedas y billetes. 

Si bien los lances con los toreros fue lo central de la fiesta, sin embargo, en el interín suceden otras, no tan pintorescas, cosas. Sigamos, desde nuestros recuerdos, viendo lo que sucede aquella tarde de agosto.  Antes de que los profesionales del capeo ingresen al ruedo, se van sucediendo los huraños animales que, más de susto que de bravío temperamento intentan cornear a los asistentes, y no al toreador. Azuzado por el bullicio de los asistentes, también por los acordes musicales de la banda y por las piedras lanzadas; no falta algún nervioso y arisco toro, que de un acrobático salto escape del recinto. El pánico se apodera de los asistentes que corren en distintas direcciones con el afán imperioso de ponerse en lugar seguro. Es allí donde realmente empieza "la corrida": todos corren; incluso las señoras que están dentro de la escuela de niñas. El toro escapa espantado y salta la pirca de las chacras como si nada. Se mete por la siembra de cebada de la chacra vecina y tirándolo todo a su paso, corre con dirección al río.  Para ponerse en lugar seguro la gente corre presurosa y se esconde detrás de alguna "pirca" de las chacras cercanas. Una que otra señora dominada por los nervios grita enloquecida llamando a sus hijos o al esposo borracho que intenta capear al animal. Detrás del asustado toro, los chalanes montan en sus tastacos caballos y salen a galope persiguiéndolos, en sus medianamente ataviados jamelgos. Otros hombres sacan del corral algunas vacas mansas para que se entropen con el toro fugitivo; después de mucho correteo y trajín, los traen de vuelta al callejón de la escuela que sirve corral. La fiesta continúa..

En el rudimentario coso, los improvisados toreros con poncho de nogal en las manos, intentan capear a los asustados animales que al correr levantan polvo escarbando el suelo del recinto; con sus cascos delanteros. El ganadero, dueño de los ariscos toros sostiene una botella de aguardiente en la mano, toma un gran sorbo del liquido y borracho fuera de sí, lo que queda en la botella de trago le lanza a los ojos del animal que huye espantado y herido, a atropellar a todo el que se encuentre a su paso. Un torero aficionado es cogido por sorpresa y levantado por los cuernos del animal. Felizmente no sufre heridas, solo susto. Este hecho, ocasiona la risa de los asistentes mientras la banda toca un paso doble. Al son de la tonada, fuera del ruedo empieza otro espectáculo más elegante y menos peligroso. Muchos criadores de caballos que han adornado a sus corceles con riendas y bridas de plata, hacen sonar el tintineo de sus espuelas y los caballos de fina estampa inician un suave y elegante trote. Se alinean tres caballos y doblando sus patas delanteras pasean con donaire. Después del paseo, se escucha los desafíos para una carrera de velocidad. La gente que asistió a la corrida, se olvida de los toros y presta toda su atención a los jinetes. El sol inicia su rápida caída y amenaza con esconderse detrás de los cerros de Tambulla. Fin de fiesta; la gente regresa a sus hogares. Por la noche, después de la procesión, habrá fiesta popular. 
  




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